viernes, 16 de diciembre de 2011

ANECDOTARIO DE LIBROS


“No se trata de leer libros; sino de entenderlos”
Emilio “El Indio” Fernández

Por: Jaime Ruiz Ortiz

Octavio Paz alguna vez le decía al poeta Alí Chumacero: “No será que nosotros leemos sólo para justificar nuestra holgazanería”. Esta reflexión puede tener mucho de acierto. Pero si existen vicios en este mundo, nada mejor que el delicioso vicio del leer.

Una vez platicando en un café del centro con un buen amigo, el escritor Víctor Gerardo Grajeda Vargas, le pregunté ¿Y tú, cuántos libros te lees al año? Respondió sin titubear: “Tres” (me miró a los ojos mientras aplastaba su cigarro consumido sobre aquel sucio cenicero, y completó la idea) “Tres, a la semana”. De que hay casos como este, los hay.

Mientras que el lector de clase baja atesora un puñado de libros en su modesto estante, “Los que ya he leído”, dice con orgullo.

El mexicano de clase media que posee una biblioteca más o menos nutrida, se refiere a ellos como: “Los que tal vez algún día leeré”.

El adinerado que acumula bibliotecas enteras, con ediciones en letras de oro, con los clásicos que van desde La Iliada y La Odisea de Homero, hasta El Quijote de la Mancha, llegando a Nietzsche, Faulkner, Stendhal; Neruda, Alberti y Huidobro; García Márquez, Saramago hasta Dan Brown, los contempla como quien mira a un edificio, y exclama con cierto dejo de nostalgia: “Los que nunca jamás leeré”.

Recuerdo que en el filme Buscando a Forrester se presenta una escena en donde el joven Jamal cuestiona a Sean Connery, de oficio escritor, mientras el muchacho observa aquella gran biblioteca, le pregunta asombrado: “Y todos esos libros los ha leído usted”, a lo que le contesta con cierta ironía: “No… Son los que he escrito”.

Pero en una sociedad en la que persiste la fatiga, el ocio ante las letras, donde en vez de leer algo preferimos que ese algo se nos muestre con imágenes, lo que con palabras no queremos saber, recordando que, como la certera y gastada frase nos explica: “Una imagen vale más que mil palabras”.

En un país donde la mayoría prefiere hundirse en un sillón, en un sofá o en una hamaca a contemplar los programas televisivos, las telenovelas que siempre terminan en lo mismo (refritos de refritos), los talk shows donde la cotidianeidad es sinónimo de mediocridad, y nos reímos en ellos de la vida frente a la caja idiota, como lo hacemos el Día de Muertos en donde nos reímos de la muerte de los demás, pero de la nuestra jamás, pues todavía no la conocemos.

En un país como el nuestro en donde el “deporte nacional” por excelencia es el alcoholismo, es echarse las cervezas con “los cuates”, en donde se habla de fútbol y de la nueva bailarina del burdel de preferencia, mientras se comen pepitas y viejos y suaves chicharrones ¿Usted cree que éste es el escenario preciso para la cultura del leer? ¡Verdad que no! ¿Usted cree que con estas costumbres mejorará nuestro país?

Pocos levantan la mano para defender el precio del libro, que por cierto no está dentro de nuestra canasta básica; pero la mayoría se queja del alza al precio del alcohol.

Imagínese este escenario:

Está usted en la sala de su casa en su día de descanso, al lado suyo una buena jarra de agua fresca, con harto hielo, o el refresco de su preferencia, sentado en un sofá, cruzado de piernas ¿o porqué no?, en una hamaca meciéndose. Entre sus manos un buen libro, disfrutando de una buena lectura, con las puertas y ventanas de su sala bien abiertas, cuando de pronto, y en el umbral lo sorprende una visita inesperada. A poco no le daría pena que llegaran a pensar: “Qué flojo, no le da vergüenza gastar su tiempo de ese modo, acostado sin hacer nada”.

Si esto es tal cual, entonces digamos “Que viva la hueva y disfrutemos de los privilegios que el leer nos da”.

El comentario de Paz a Chumacero puede tener mucho de razón; pero lo cierto es, que mediante la lectura es la forma en que pulimos nuestro intelecto, nuestra inteligencia y nuestra capacidad para resolver problemas, viajamos a todos lados y sin pagar boleto.

Mientras el Ministro de Relaciones Exteriores, un Embajador de un país, o un hombre rico, dicen: “Recuerdo que en tal lugar vi”. El lector común, orgulloso, comenta: “Recuerdo que en tal libro leí”. El libro es el vehículo.

Para el periodista Miguel Sánchez de Armas “los jóvenes no sólo no leen a los escritores, sino que no saben que existen”. Durante una conferencia realizada en la ciudad de Villahermosa, de Armas compartió la anécdota que una vez en clases le preguntó a sus alumnos de Noveno Semestre de periodismo si sabían “Quién era Alfonso Reyes”, y uno de ellos levantó la mano tímidamente y dijo: “Un jugador de fútbol… pero ahorita no recuerdo en qué equipo juega”.

El libro cabe en el bolsillo. No gasta luz. No cansa la vista. Es pequeño y bonito y barato. Y como ventaja principal, con él se puede usted matar las moscas que se posan de repente en su cabeza, lo que no se puede hacer con el Televisor… o al menos que lo intente.

(Como dijera Luis Acopa, "si quieren publíquenlo, o pásenselo a sus contactos")

Jaime Ruiz Ortiz (Villahermosa, Tabasco, 1975)

Realizó estudios de Licenciatura en Comunicación en la UJAT y se tituló con la tesis: “La Muerte en la literatura y en la cultura popular mexicana”. Ha sido Editor en el periódico Tabasco Hoy en las secciones Política y Villahermosa. Fundador y uno de los cuatro Coordinadores del taller literario juvenil “En busca del tiempo perdido”, en el Centro Cultural Villahermosa.

jueves, 15 de diciembre de 2011

POEMAS DEL LIBRO LA SAL DE LA VIDA















3

Nada hay en este espacio

En que miro el limo de los años.

Nada existe, salvo mi libro,

El humo de un cigarro abandonado,

La quietud del terciopelo negro

Y tu recuerdo.

A tumbos, ojeroso, lleno de tantos años

Escribo lo que puedo ser:

Soy un oleaje en medio de la niebla

El inaudible grito de los vivos

Esta ternura que nadie mira

El poema nunca escrito

El rostro que nadie quiso tener

El muerto, el olvido nunca hallado.

Yo fui la última lágrima en los ojos de mi madre,

La última letra del abecedario.

 
CON EL VIENTO DE LAS TARDES

Para Ana Luisa, ausentísima y presente
 
Como si fueras un rumor
  De olas golpeando alguna pena, te recuerdo.
  Como si el grito que adentro llevo
  Fuera el silencio de un beso nunca dado.
  Te nombro en esta ciudad sin azucenas,
  Donde el domingo es un paraje sin canciones.
  En esta ciudad donde la luz perdió sus ojos,
  Y el corazón era un temblor interminable.
  Con la luz opalina de los años, te recuerdo.
  En los ojos de un hombre que bebe a sorbos
  La cansada soledad de su tequila.
  En algún poema de autor nunca leído, te recuerdo
  En alguna nota arrancada a la memoria.
  Te recuerdo cuando hacías patria, izabas una manta
  Y un puño cortaba el aire de los años.
  Te recuerdo con los gritos que reclaman
  Su estancia en miles de gargantas,
  Con el blues bailado en alguna pista
  Cuando la tristeza no estaba en el diccionario.
  Te recuerdo en los tulipanes, en el jardín
  Donde fuimos habitantes necesarios,
  A la orilla del mar azul, en la marea de tu sexo,
  Con el viento que sopla por las tardes
  Frente al mar de los recuerdos.
  ------------------------------------------------------------
LA SAL DE LA VIDA DE SAMUEL PEREZ GARCIA SE PRESENTARÁ EL 15 DE FEBRERO DEL 2012, EN LA CASA DE CULTURA DE COATZACOALCOS.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

LOS CUENTOS DE WENCESLAO VARGAS MARQUEZ


Samuel Pérez García



Uno nunca sabe es el título del primer libro de cuentos escritos por Wenceslao Vargas Márquez, oriundo de Las Choapas. De profesión Ingeniero Industrial Químico, Wenceslao Vargas está dedicado a la docencia en escuelas de nivel medio superior en la ciudad de Jalapa. Hace trabajo sindical, pero le atrae más la escritura literaria. Sin embargo, como todavía no puede vivir de eso, Wenceslao se dedica a la docencia.

El libro que hoy presentamos al público del sur de Veracruz, está compuesto por 46 cuentos, en su mayoría breves. A través de ellos, el autor nos lleva de la mano por sus angustias, sus miedos, su crueldad, su pasión amorosa, sus inventos tecnológicos, sus pesares, y con ellos nos asombra, nos pone en guardia tratando de adivinar algún final feliz, pero de ningún modo logramos conseguirlo. Wenceslao es listo, agudo, metafórico, inteligente, creativo, hace del cuento un placer, un modo de reflexionar la vida, pero también un motivo para odiar, para sentir compasión, para dejarnos  pasmado ante los inesperados desenlaces de las historias.

Y es que el autor sabe su oficio, escribe con inteligencia y creatividad casi todos sus cuentos, aunque en algunos haya errado, sobre todo esos de las compañías alemanas y sus inventos para conseguir agua, su máquina de suicidio o los generadores eléctricos a través de la frotación de los pies de gatos. Que si bien son historias ingeniosas, a mi parecer no adquieren todavía el rango de cuento, por aquello de que un cuento tiene como eje una acción, ejecutada por un personaje, y en estas historias, predomina más la descripción técnica para el uso del invento, que el relato donde un personaje nos desenvuelva su pesar, su trayectoria y encrucijada, que termine en un desenlace inesperado.

Pero esto, que es acaso un lunar dentro de la narrativa de Wenceslao, con los demás relatos, el autor nos ofrenda una capacidad narrativa insospechable, una finura para crear desenlaces imprevistos, una vena inagotable de historias trágicas, violentas, llenas de pavoroso recuerdo. En ninguna de ellas encontramos la salida airosa de un personaje triunfador, en la mayor parte de los cuentos, Wenceslao se aferra a lo cruel, al deseo de matar, al suicidio, pero también a la ternura en medio de tanta violencia, desamor y desagrado.

El autor lograr meternos en la atmósfera de la historia a tal grado, que llegamos a pensar que somos nosotros los testigos principales de esa historia, que si bien podemos aceptar o rechazar, el creador nos hace cómplices y por eso mismo, nos invita a deleitarnos o a refunfuñar por la ceguera de los personajes que, clamando cariño, reciben su hondonada de violencia salvaje.

Personalmente me gustaron las siguientes historias:

El niño tiene razón. La historia cuenta que los niños, a cambio de unas monedas pueden ver al tigre dentro de una enorme jaula de 10 por 10 por 10. El niño dice que un tigre en esa jaula no está preso, sino en libertad. La verdadera jaula no es la que contiene al tigre, sino esa donde se encuentra el niño, es decir, la del universo, por eso el animal solo espera un descuido para entrar a la jaula  que aprisiona al niño. Cuestión de perspectivas. Y también de imaginación. Los presos somos nosotros, no el tigre, es la conclusión del cuento.

Otro cuento es “Quisiera un castillo sangriento”. En él Alicia y Pablo viven un momento crítico en la vida de pareja. Pablo decide romper la relación y Alicia se aferra a que no, pero en medio de la ruptura, lo único que se le ocurre decir es “Vas a dejarme así”, “piensas dejarme así”. La charla ocurre en la sala de la casa. Pablo que está armando castillos, piensa y dispone irse lo más lejos de ese amor fallido, pero frente a la violencia de Alicia que golpea y grita, le ofrece a ella como herencia un soldado de oro, recuerdo familiar. Alicia acepta y Pablo decide dejárselo envuelto. Entra a la recámara. Cuando el soldado de oro está listo, llama a Alicia. Al ingresar a la habitación, recibe de regalo un golpe seco con el soldado que Pablo empuña. Vienen otros golpes hasta dejarla moribunda. Todavía próxima a morir, Alicia le reclama débilmente, “vas a dejarme así”. Pablo no hace caso y sigue armando sus castillos.

Lo que me gusta de este cuento, no es tanto la trama, sino la atmósfera que rodea a la historia y que lo hace verosímil. Comienza diciendo en el primer reclamo: “Es una mezcla de desdén y violencia de pájaros”. En el segundo reclamo, Pablo mira “A Alicia con una mezcla de amor antiguo y perro encadenado”. En el tercero, Pablo vuelve a ver a Alicia con “una mezcla de nostalgia compartida y perro echado”. Y así se va desarrollando el relato, hasta que estalla la violencia y Alicia queda con ese “vas a dejarme así, después que te di todo”, en tanto Pablo sigue armando sus castillos, sabedor que ella va a morirse y a él ya no le importa lo que pase.

Uno nunca sabe es el cuento con que inicia el libro. Es la historia de Margot, una niña indoctrinada en los principios cristianos. Margot, deseosa de saber, le pregunta a Laura, su institutriz, qué le pasa a los niños cuando mueren.

Se entera que éstos van al cielo y ahí se convierten en ángeles. Entonces, razona que cuando ella muera se irá al cielo y será un ángel. Lo mismo, cree, le pasará a su hermanita Ágata, aunque ésta, por ser de tres años, se porta mal: tira la sopa, se hace popó en los calzones. Eso le preocupa a Margot, pues quiere que su hermanita también se vaya al cielo cuando muera. Entonces le da recomendaciones a Ágata de que sea buena, que no tire la sopa, que no manche el mantel, que no se haga popó. Todo ese día no ocurre nada. Ágata se porta bien, entonces, Margot, buscando que la niña cuando muera se vaya al cielo, se la lleva a la cocina y con un cuchillo, le asesta varias estocadas. Cuando Laura y los padres llegan, ella simplemente dice que como Ágata se había portado bien, debía morirse buena para que subiera al cielo y fuera ángel. Pues que tal si mañana se porta mal. Uno nunca sabe, concluye el relato.

Pero hay otro rasgo en estas historias y en la creatividad de Wenceslao Vargas: el de construir narrativas circulares. Tales son los cuentos; “Siendo una fecha tan lejana” y “Morir es como irse. En el primero, se  comienza con una palabra cortada al principio y termina con una palabra inconclusa en el final que, si se aguza el ingenio, la primera palabra del principio, tiene su complemento con la última palabra del relato. O sea, que el cuento puede leerse circularmente. En el segundo caso, el relato inicia con una serie de frases recortadas y  la primera frase dice: …  de la violenta discusión con Lorena obtuve una idea para escribir un cuento…

La historia concluye cuando el narrador dice: El cuento es el siguiente.

Lo que quiere decir, que al terminar de leer la historia, podemos volver a empezar desde el principio.

Podría seguir comentando otros cuentos, pero me bajo aquí para terminar y digo que Wenceslao Vargas Márquez tiene una interesante manera de escribir historias. Cada uno de los cuentos sorprende por la filigrana de la técnica cuentística, de la atmósfera singular que envuelve a los personajes, de sus desenlaces inesperados, de la inventiva de la cual echa mano para compartirnos sus historias.

Uno nunca sabe es un libro extraordinario, escrito por un profesor de matemáticas y de cálculo diferencial, que pocos han de conocerlo como escritor. Y qué bueno que sea maestro para que, a sus alumnos, les pueda transmitir ese ánimo por la escritura, la recreación literaria y el amor por la vida, que supongo, a Wenceslao le gusta también, aunque en este libro haya creado personajes violentos, crueles, sin moral, tal cuales existen en la realidad.

Sea bienvenido Uno nunca sabe y el autor al mundo literario del sur veracruzano.

Noviembre 29 del año 2011

domingo, 16 de octubre de 2011

Joan Baez y Bob Dyland



Inolvidable: dos grandes de la música de protesta: Joan Baez y Bob Dilan, maravilloso escenario posible sólo ahora que tenemos este medio para regresar al pasado y revivirlo.

LA RESPUESTA ESTÁ EN EL VIENTO

Señora (Juan Manuel Serrat )

Juan ventura Sandoval

Señoras de las cuatro décadas.
C
ada día, en cualquier parte del mundo, miles de mujeres se adhieren al grupo de las cuatro décadas. Todas son diferentes y a la vez iguales: viven con emoción la llegada de esta edad o se asustan de entrar en un periodo que anuncia la vejez; quieren tomar con calma este nuevo estado o abiertamente rebeldes se resisten a reconocer su edad. Pasan del llanto a la risa,  de la euforia a la depresión, de la alegría a la tristeza. Esto tal vez se deba a que el espejo en que se miran sólo deja ver una parte de su ser. Si este aparece envuelto en un cuerpo sano, bello, que no ha requerido las cirugías plásticas de moda, la satisfacción abunda y no importa la edad; si por el contrario la imagen reflejada da muestras de fatiga, enfermedades, tristeza o deterioro, el primer impulso es querer romper al intruso irreverente y empezar a pensar en soluciones cosméticas para cambiar de imagen.
        Estas señoras de cuarenta no son todas casadas, ni divorciadas, ni viudas ni dejadas: su estado civil es relativo. No por eso se puede decir que todas son infelices o se ahogan en la felicidad. La única certeza es que son mujeres, con una forma de pensar característica que las diferencia de los hombres. Y armadas con la fuerza de su inteligencia y su capacidad de resistencia luchan para estar en paz consigo mismas y con los otros.
        Si los otros las comprendieran las mujeres de cuarenta serían más felices, más plenas, más necesarias. Desafortunadamente la prepotencia de los padres, los novios o maridos, los hermanos y los hijos –en ese orden- las limita. Felizmente existen las excepciones que confirman la regla mas se encuentran en sitios inaccesibles y desconocidos, sólo alcanzables por hombres que no son de Marte sino de Venus.
        Los hombres no hemos aprendido a ver a las mujeres, mucho menos a las cuarentonas. Acaso también por la andropausia, que busca mecanismos de compensación ante la inminente decadencia varonil,  los hombres preferimos a las chicas jóvenes sin reparar en las delicias que nos perdemos al no mirar, mucho menos amar, a una mujer de cuarenta: éstas en plena madurez de la vida son como frutas a punto de caer del árbol. Y si una afortunada mano masculina las recibe disfruta, además de su aroma y textura, su esencia.
        “Cuarenta y veinte…” dijo un compositor para instaurar –otra vez el dominio de los hombres- la ecuación correcta de una relación ¿desigual?: un hombre maduro y una chica joven. Inversamente es difícil concebir que una cuarentona (la inolvidable señora Robinson de El graduado vuelva a invertir los papeles e iniciar al joven ansioso de dominar el arte de la seducción.
        ¡Cuántas cosas nos podrían enseñar las cuarentonas! (Algunas que amaron creyendo ser también amadas, dice otro poeta). Qué pena que los hombres sigamos persiguiendo a las ninfas y ni siquiera intuyamos la fuente de felicidad inagotable que se acumula con las décadas. Cuatro, el número que cierra el cuadro, nos anuncia que la felicidad, el placer, el amor, la plenitud pueden quedar enmarcados –si no para siempre- al menos a nuestro alcance. Por supuesto hace falta haber experimentado el estado de los cuarenta y querer a vivir un poco más. 
3 abril 2011. Orizaba, Ver..



lunes, 26 de septiembre de 2011

GABO: LA VIDA COMO CUENTO DE HADAS.

Marco Tulio Aguilera Garramuño.
No tenía la intención de leer el primer tomo de las memorias de García Márquez sino en algún lejano día en que me hubiera reconciliado con su literatura. Los libros más recientes del maestro me han dejado insatisfecho y no porque fueran de inferior calidad, sino simplemente por un prejuicio bastante infantil: se habían transformado de tal manera en producto único de consumo por parte de la inmensa masa de lectores, que, me decía, en alguna parte debe estar la trampa, llámese fórmula, secreto, receta o simple sabiduría literaria. O tal vez se trataba de elemental envidia, que es un veneno casi infalible.
          Pero la Providencia tiene sus designios, que generalmente no coinciden con los del viviente. La vida literaria —la vidita— me puso una trampa. Recibí una invitación para escribir sobre  Vivir para contarla.  La invitación venía de la revista Crítica,  que es prácticamente una de mis tres revistas de la vida. Total,  cedí a la tentación.
Vivir  para contarla.  El título me saltó como un chango a la espalda desde el principio y me hizo pensar en una vida vivida como espectáculo. No una vida para vivirla, sino para observarla a la distancia, de la manera fría y calculada con la que el escultor mira el bloque de mármol; una vida contemplada desde el exterior, desde arriba, con ojo de narrador, que intenta hallar qué hay en ella de narrable, de interesante, de explotable. (Y mi comercio epistolar con algunas personas afines a GM me ha reafirmado en esa idea: nuestro escritor no recurrió sólo a su memoria, sino a las memorias de los que lo conocieron: el libro es por lo tanto una especie de antología de memorias, no sólo del escritor, sino de quienes lo conocieron en las diversas etapas de su vida.). (De paso me ha llamado la atención y me ha llenado de asombro la manera en que Gabo ha sabido guardar su vida privada —que debe tenerla, y de la que se escuchan consejas, que naturalmente no repetiré— y cómo ha logrado independizar su literatura de su vida, hasta convertirla en un territorio de fantasía, que comparten millones de lectores.)
          Primero que todo tengo que decir que Gabo —digámoslo en confianza, pues ya parece ser pariente de todos, una especie de papá grande o abuelo universal— cae de lleno y sin autocompasión  en el abismo que todo libro de memorias bordea: el de la autoalabanza, la glorificación (o, en su caso, la justagloria.) Sí, habla bien de ese personaje que conoció en su infancia, pubertad y principios de madurez, dice que fue una especie de niño prodigio, que recitaba poemas enteros del Siglo de Oro, que cantaba como un mirlo y pintaba como un Miguel Angel; dice que sus títulos académicos le fueron otorgados por el don de su gracia (afirma que es incapaz a la fecha de sumar siete más cuatro sin armar toda una fórmula algebráica) y que terminó sus estudios con el pecho acorazado de medallas, no por merced de su inteligencia o su disciplina. Dice que era recibido en cantinas, burdeles y redacciones periodísticas con aplausos, con exclamaciones inverecundas (¡Ya llegó el genio! ¡Llegó el gran Gabo! Cuando publica su primer cuento, el grande crítico Zalamea exclama “¡Con García Márquez nace un nuevo y notable escritor”.)  Informa que no tuvo que hacer grandes esfuerzos en la vida porque tuvo amigos, y como dice un famoso filósofo de Guadalajara, los amigos son mejores que Dios. Dice que decían de él que su correspondencia la recibía en los burdeles y no en su casa familiar comme il faut; se autocondecora con el título de “veterano de tres blenorragias”. Dice que su primer premio literario no lo buscó sino que se lo ofrecieron. Dice que el  mundo literario antes de él en Colombia estaba casi vacío...
Pero todo lo anterior y mucho más lo dice con gracia y arte, casi con inocencia, de modo que no sólo se le perdona sino que se le agradece. Decir que en el colegio de jesuitas terminó con el pecho acorazado de medallas, que contaba las mentiras más encantadoras del mundo, que se bañaba desnudo con las mujeres de su familia sin sentir curiosidad alguna, y muchas otros asuntos agradables, hace que la lectura se deslice como quien escucha un cuento de hadas. (Y ése es ya un viejo argumento de este lector y comentarista que soy yo: que el don de García Márquez, su universal aceptación reside en el hecho de que ha logrado embaucarnos a todos con sus cuentos de hadas. Hasta las masacres tienen efluvios poéticos y resultan agradables en la pluma de este Rey Midas, auténticamente irrepetible en la literatura.)
          No sólo lo que escribe García Márquez sino lo que se mueve en torno a él resulta encantador, absurdo, realismo mágico en su esplendor: que sus libros sean colocados en los estantes de las librerías bogotanas al ritmo del Himno Nacional de Colombia, que sus amigos periodistas y admiradores sufran espasmos de emoción ante su cercanía en un cine, que se le trate como a una reina de belleza y él acepte estos tratamientos, que ande de pipicogido con reyes, emperadores y presidentes —ha sido el eterno mimado de los presidentes de México, ya sean del PRI o del PAN— que huya de la fama y cuando ésta lo elude él mismo busque el reconocimiento —nunca olvidaré el instante en que Gabo iba a pagar la cuenta de un desayuno que habíamos compartido en un Samborn’s  de Las Lajas: la cajera ignoró todo el tiempo la magnitud del personaje que tenía al frente y el cuitado del Gabo hacía todo lo posible para que ella lo mirara y lanzara la exclamación pertinente.
El camino de este personaje de la nueva novela de García Márquez que se llama  Vivir para contarla se encuentra tan lleno de fanfarrias y timbales, se antoja tan digno, incluso en los momentos de mayor miseria, que uno se pregunta si en verdad existe alguien a quien hasta los pecados y las lacras le sirvan de condecoración. Pero bueno, lo que pasa es que muchos quisieran que hubiera una verdad histórica, asunto imposible cuando el personaje es una auténtica máquina de fabular. Es claro que lo de Gabo es una fábula, un embeleco, y él mismo lo advierte de entrada, curándose en salud: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Una máxima bastante acomodaticia e ingeniosa, que podría quedar en la historia de las máximas al lado de algunas inolvidables de Pascal, Santo Tomás o Tito Monterroso (“Los enanos tienen un sexto sentido que los hace reconocerse a primera  vista”, verbi gratia.)
Gran parte de los comentraristas colombianos de libros iniciaron sus notas sobre esta obra con disculpas: “No es fácil leer con cabeza fría un libro que se promocionó como un jabón”, escribe Carlos Lemos Simmonds. “Vivir para contarla había adquirido el aburrido rango  de un libro canónico aun antes de nacer. ¿Cómo aproximarse a la última obra del escritor vivo más famoso del mundo y al autor de lengua castellana más importante después de Miguel de Cervantes Saavedra; del escritor más universal de cuantos existen sin distinción de lengus y culturas; del hombre que cambió nuestras vidas y que ha soñado por todos nosotros”. Culmina Lemos “no faltó quien propusiera que en cada hogar colombiano se entronizara solemnemente el libro. Como la Biblia”.     
                  Lemos descubre —o dice descubrir— varios errores de tipo histórico; anota que la prosa de Gabo se acartona cuando no puede dejar volar su imaginación, que se vuelve triste y sin luces cuando sale de la costa colombiana. Afirma que la obra está a medio camino entre la novela y la historia, y que en el campo novelístico alcanza altos vuelos, y en el memorialístico, cae, se arratona.
          No estoy del todo de acuerdo con las anteriores observaciones. Hay páginas ambientadas en Bogotá que valen la pena y que tienen importancia histórica. La sección dedicada al Bogotazo, con todo y estar basada en un célebre libro de Arturo Alape, es estremecedora y da versiones interesantes sobre la muerte de Jorge Eliécer Gaitán (una especie de salvador de la patria que fue asesinado, como Colosio,  a tiempo, para que se convirtiera en útópico salvador de la patria, eludiendo el triste destino de ser uno más de la lista de fracasados.)
 Considero que Gabo nos hizo un favor al no recetarnos su historia a manera de crónica. Nos la recetó con el endulcorante de su fantasía, así podemos apurar lo que de alguna manera ya sabíamos, y encontrar en la receta nuevos ingredientes de la sopa magnífica que nos ha estado dando el Gabo durante tantos años, una sopa que no termina de coserse, por fortuna, y que nos promete sorpresas, aunque quizás no tan grandes como las de su plenitud literaria, cuando acometió proezas como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera —yo no termino por digerir la idea de que El coronel o Cronica de una muerte anunciada sean obras literarias plenas. Es parte de los embustes inventados por los críticos y por el mismo Gabo para convencernos de que nuestro escritor siempre cagó rosas, nunca espinas.
          Las tendencias dominantes en Vivir para contarla siguen siendo las mismas de sus exitosas obras anteriores: el uso de los superlativos, de hipérboles, la magnificación (se repite lo bíblico, cataclísmico, prodigoso, los confines del mundo, lo colosal, habla de aguaceros universales, si fuma, fuma 70 cigarrillos de tabaco negro,  los personajes visten como para una película de García Márquez filmada por Ripstein, los caractéres de sus personajes son irremediables, fatales —si no fuman ni beben, no lo hicieron nunca y no lo harán jamás—, si el protagonista yoga puede hacerlo tres días seguidos gracias a una sopa de iguana. Su vida ha sido deslumbrante, incluso en los momentos de miseria: fue un brillante declamador y memorista que podía guardar a la segunda lectura poemas kilométricos, fue cantante aclamado en emisoras y serenatas, en burdeles de espanto y cantinas, fue estudiante lleno de honores y privilegios y con sus primeros cuentos vino a salvar a la literatura colombiana de un terrible vacío, fue veterano de blenorragias, desertor de la carrera de Derecho, pero nunca, nunca dudó que su destino fuera la más absoluta apoteosis. “Si uno quiere ser escritor debe ser mejor que Cervantes”, ha dicho.
          A medida que uno va leyendo va encontrándose con pistas dejadas sabiamente por el autor, que, sin duda, quiso hacer un libro en clave para sus queridos lectores, quienes podrán identificar las señas de las fuentes de sus obras anteriores. Hay de nuevo esa sorprendente simetría, que sólo logran el gran arte o el gran artificio: cada capítulo tiene setenta páginas, así como cada capítulo de El amor en los tiempos del cólera tenía no sé cuántas. Mienta la masacre de las baneras, habla de la siesta del sábado, de los pescaditos de oro y de mil otros secretitos bastante públicos. El estilo es único, parejo, pulido, con algunos descubrimientos e imágenes deslumbrantes —más bien pocas. Hace unas cuantas aportaciones o recuperaciones a la lengua: frémito, botamen, lampazo, conduerma, famina, averío, guataco (y lo pone como tarea a sus lectores... esa es la parte experimental del libro de Gabo.)
          No es un secreto que cada escritor y cada ser humano se crea y se cree su propia leyenda. La del Gabo ha ido tejiéndola él mismo y nos la ha hecho creer. Nos la ha hecho verosímil. Cito: “Alfonso Fuenmayor me dijo entonces algo que no olvidé nunca: ‘Es que la credibilidad, mi querido maestro, depende mucho de la cara que uno ponga para contarlo’”. La cara de Gabriel al contar esta gran leyenda suya es la del niño que cuenta su gran mentira con la absoluta certeza de que es solamente la verdad. Otro dato importante que contribuye a que se le crean todos los cuentos al Gabo es el del encanto personal, la simpatía y la capacidad de captar amigos que lo han querido siempre, que lo han endiosado, lo han apoyado, lo han protegido: Mutis, Fuenmayor, Cepeda Samudio, Germán Vargas —único del grupo de los siete sabios de  Cien años de soledad, a quien pude conocer en un famoso concurso y quien trató de explicarme que eso que estaba usando indebidamente frente a don José Donoso, no era un cenicero sino un recipiente para los camarones...
Reitero: virtud importante de estas memorias, es que no lo son en realidad, sino —como lo señalara Dasso Saldívar, su biografo más minucioso, aunque no muy acatado (en correo reciente Dasso me informa que Gabo le pidió modificar fechas y dice que para escribir  Vivir para contarla se documentó en la misma biografía de Dasso,  Viaje a la semilla— una novelización de una vida. (Mi esposa sostiene que no va a leer las memorias de Gabo, pues las considera de entrada una mentira de pe a pa. Le respondo: Pero es que esas memorias no son para creérselas, sino para disfrutarlas –defiendo yo al Gabo contra el escepticismo de Lety, que cada vez descree más de la raza letal de los intelectuales.
Entre las características más destacadas que el Gabo cree descubrir en sí mismo se halla la timidez, argumento que repite por lo menos veinte veces en el  libro. Pienso que más que timidez es compasión por el género humano que desde hace ya bastante tiempo tiene que soportar el oprobio de coexistir con del escritor más famoso del mundo. Por eso de alguna forma el Gabito evita mezclarse con la gente común y escoge preferentemente a presidentes, actores y actrices, gente que no se sentirá tan aplastada por su deslumbrante aura de genio inapelable. Es pues tímido ante la multitud, pero con sus conocidos, gente a la que puede mirar a los ojos mientras les habla, se comporta como un magno sabio, un papa irrefutable, el más grande de los simpáticos que engendrado haya el universo. Sólo cuando uno se lo encuentra a solas con Gabo es que puede hablar con él de humano a humano. De otra forma entra en acción la máscara que nuestro escritor debe ponerse muy a pesar suyo, cosa que no le ha de agradar. Entonces debe huir pues se trata en efecto de un tímido social. Debe estar entre los suyos para estar a sus anchas y perder la patológica timidez. Lo que no es reprochable, sino  por completo explicable: nos pasa a todos. Para llevar al extremo el asunto basta imaginar a un noruego típico rodeado por una tribu de pigmeos. Eso es Gabo: un nórdico entre pigmeos. Y esta primera parte de sus memorias es la fábula del ascenso de un mortal al Olimpo. Como a los dioses, le lloverán alabanzas, tantas, que ninguna voz discordante alcanzará a escucharse en medio de la algarabía. No es pequeña la empresa con la que se ha castigado el Gabo: dos volúmenes más en los que debe seguir creciendo el estruendo, el escándalo, la fanfarria, el esplendor.
Para quienes, como yo, no hayan quedado satisfechos con este primer volumen y no estén dispuestos a quedar satisfechos con los dos siguientes hay una consoladora noticia. Una información que tendrán los lectores de Crítica  como primicia mundial: Gabriel García Márquez está escribiendo, muy en secreto, sus verdaderas memorias, una obra de altísimo calibre en todos los ámbitos, en la que no dirá ni una sola mentira, no inventará la más leve fábula y con la que va a demostrar para siempre y de manera irrefutable, que la realidad supera a la más desaforada fantasía. Pero esta obra solamente será publicada de manera póstuma, pues contiene materiales tan extraordinariamente delicados, que harán temblar los cimientos no sólo de la literatura, sino de la humanidad en pleno. Tal obra sentará los cimientos de una nueva moral, una nueva política y una nueva forma de entender a las mujeres.
Xalapa, noviembre, 2002

jueves, 15 de septiembre de 2011


DEL NUEVO LIBRO DE ORLANDO GUILLEN

EL ANSIA DE LA PANDORGA





ORLANDO GUILLEN

Surden al primer albur de albor. Noctívagas vagonas repletas

De miedo de las güestes celestiales

Caminan jadeantes como bestias bien arreadas cargas de leña

De vacío.

Como de Lo Luz Lo Oscuro. De Lo Sustancia Lo Flor. Como de

Horca las racimas esenciales

De Lo Forma. Noctívagas sudorosas descargando sobre ya muy meado río

De Nada y de corazón mamá. Meaos y a muy meaos. Meaos fermentaos

De Persona

Que no Será Ser entre las patas de estas bestias de carga terrenales

En los Altos de Santa Marta de Soteapan y San Martín de Acayucan

Meaos y Fermentaos y

Ovalaos de Persona,

Fandango de velorio, pespunte al jaraneo. Mortorio de las inmortales.

Chachacan chacan

Chachacanchá

Caamaño me gusta

Pa trabajar

Chachacan Chacan

Chachacanchá

Caamaño me encanta

Pa trabajar

Ay una duenda

Y un duende

Poemaban duendejadas

Diciendo la duenda

Al duende:

“Si por la rueda de Oriente

Se ven venir las cascadas

Es que al Sol está caliente

Y está cogiendo a vaciadas

Con la noche que se queda

Muerta de tantas culeadas”

Y el duende le contestó:

“Échate éste y vamonós”

Y el duende le contestaba:

“Échate éste y vamonós”

Chachacan chacan

Chachacanchá

Caamaño me gusta

Pa trabajar


Chachacan chacan

Chachacanchá

Caamaño me gusta

Caamaño me gusta

Pa trabajar
 
Chachacan chacan

Chachacanchá
Caamaño me encanta

Caamañ me encanta
Pa trabajar

Un poeta nunca muere




Javier Pulido Biosca

Ya ni recuerdo cómo conocí a Carlos Alemán, sí tengo en la memoria la primera conversación con ese joven que se interesaba en serio por las letras y al decir en serio quiero decir que leía y no simplemente barruntaba textos nacidos de una inspiración en la que no creo.

Intercambiamos opiniones varias veces y coincidimos en algunos puntos de vista sobre el anodino acontecer cultural de Coatzacoalcos. Supe que se interesaba por leer a Malarmé, a Valèry, a Baudelaire y sugerí leer a algunos otros para sacar en claro de que sí los conocía. De esas pláticas me enteré que le gustaban formas clásicas, como el soneto y me interrogó sobre mi postura ante los versos rimados y medidos.

Como no soy poeta ni aspiro a serlo, pude decirle lo que en realidad pienso de esas formas como un verdadero reto a la creación, siempre y cuando no se quede el escritor en la rigidez de la forma, que le impida la expresión. Ese es el verdadero reto.

Un día de esos que no se esperan, me visitó en casa y me presentó, con una mueca de vergüenza y orgullo, un paquete de hojas llenas con sonetos, más de 130 sonetos completos. Tardé en leerlos varias semanas, hasta que un día, presionado por el autor, insistiendo en que se los devolviera, cosa que hice con presteza y un poco ofendido ante la insinuación velada de plagio, acción despreciable y sólo digna del incapaz de crear.

Tal vez el joven Alemán tenía sus razones para temer ser plagiado, y las disipé dándole mi dura opinión. “No sé, Carlos, la técnica es correcta, muy bien medida y rimada, pero con la honestidad que te mereces, debo decirte que son huecos, no dicen nada, no transmiten y me parecen como un ejercicio y nada más”.

Las opiniones sinceras son más útiles que las alabanzas, pero duelen, eso lo sé y por eso evito participar en talleres y círculos de creación que se forman de vez en cuando por personas que no leen y pretenden escribir. Pero Alemán sí leía, así que supe que de algo le debía servir mi rudeza.

Y fueron varios meses que nos dejamos de frecuentar. Eso les pasa mucho a los poetas, hasta que un buen día me enteré que había recibido un premio en algún concurso local, lo que dio gusto, aún cuando se que esos clubes son demasiado concesivos. Después tuve ocasión de leer el texto ganador. No eran sonetos, sino verso libre lleno de metáforas y me dio más gusto saber que el joven lector ya escribía poesía.

Fui a decírselo y le hice una sugerencia “Carlos, con el premio no te engolosines, estudia, las letras son muy exigentes y requieren formación profesional. No te quedes así, inscríbete a la Universidad, que en artes, antropología y literatura es de amplio prestigio”.

Me miraba con ojos tristes para contestar “no es tan fácil”. Supe que tenía que acreditar una materia en su preparatoria y le insistí en que la sacara. Pero no le era fácil.

Más adelante lo incorporé al equipo de trabajo de la revista Raíces, en la que disfrutó presentando comentarios musicales de autores clásicos. Disentíamos en algunos puntos de vista, pero eso enriquecía el pensamiento de ambos y un buen día me presentó otro paquete de sonetos.

Con temor de ofenderlo, los leí en poco tiempo para nuevamente hacer mi comentario, duro, aunque sin ánimo de lastimar, sino de retar al talento. “Carlos, están mejor que los primeros, pero no transmiten vida. La poesía debe darte un trozo de vida. Usa la técnica para que exprese lo vivo, de lo contrario no hay poesía; ¡vive, ama, goza, llora, olvídate de la poesía que no es nada sin vida!”.

Me distancié por diversas razones de trabajo y un accidente del que salí adelante gracias a muchos amigos que, como ángeles guardianes, me auxiliaron en su momento, lo que agradezco siempre.

El último comunicado de él, a través de un apreciado intermediario fue sobre un asunto de suscripciones de Raíces, al que respondí que no se preocupara, que no había problema alguno, después de casi un año de inactividad, el ritmo de Raíces cambió y agradecí los esfuerzos y la honestidad de Carlos.

Poco después supe de su deceso, y lamenté ver truncada la posibilidad de que un joven llegara a producir poesía, con la altura que merecía su esfuerzo e interés.

Y fue hasta el pasado lunes que recibí de parte de un colega, que también es poeta, Samuel Pérez, quien editó unos sonetos de Carlos Alemán, de un tercer paquete que ahora me toca ver ya impreso, prologado por el poeta Rubén de Leo y el cuentista Luis Chávez Fócil.

Los sonetos son excelentes, colocan a Carlos Alemán en la categoría del poeta que domina la forma para expresar vida, por lo que, rememorando a Jean Cocteau, podemos decir que “los poetas nunca mueren”, y dejar ese trozo de inmortalidad que será presentada, como libro en la Casa de Cultura de Coatzacoalcos el próximo lunes 19 de septiembre a las 20:00 horas, 8:00 de la noche.

Por lo pronto dos muestras de lo que los asistentes encontrarán el libro que se presentará:

ME DUELEN LAS MURALLAS QUE CELEBRAS

Jamás supiste nada, niña tonta

Sin rumbo fijo siempre solo vago

Mis carnes hierro muerden, nubes monta

Descubre cuántas propias tumbas hago;



La sed que sus venenos los afronta

Los hilos adelgazas de mi pago

En los relojes donde se remonta

Amarga de volcanes en su trago;



Me partes, juegas con mis altas hebras

Tus signos corren, huyes sin acuerdo

Me duelen las murallas que celebras;



Por el modo grave con que pierdo

Lluéveme tu nombre si me quiebras

La piel que se diluye en tu recuerdo.



EN TU ALMA CLARA CON AMOR YO ENTRO

De voces diferentes de poesía

Con las gratuitas arpas del aroma

Del alfabeto joven todavía

Tu diaria primavera mundos toma;



De bruma con pausada calma fría

De noche vasta que con sol asoma

Con mármol de constante paz de día

Paciente lluvia tienes por idioma;



Liberas lo que sobre vientos lanzo

Tus danzas giran en su propio centro

Exactas, intocables del remanso;



Te haces fragmento en el encuentro

Y en las orillas de tu piel descanso

Y en tu alma clara con amor yo entro.