viernes, 15 de julio de 2011

PERIODISMO Y LITERATURA EN EL SUR DE VERACRUZ.

Samuel Pérez García

Unir el periodismo y la literatura tuvo su época. La ha tenido siempre. En mi caso personal recuerdo la década de los años setenta y los ochenta del siglo pasado. En los setenta en Uno más Uno con Sábado. Y El Búho con Excélsior. Luego apareció La Jornada y  se publicó La Jornada semanal. En estos periódicos de cultura y literatura comenzó mi formación y mi gusto por leer sistemáticamente todo aquello que tratara de la poesía y el ensayo, muy poco la novela. Me gustaban los ensayos sobre los estilos literarios predominantes, hasta que llegaba alguien con más visión y desmoronaba todo el edificio conceptual que se tenía hasta ese momento. La crítica a tal o cual poeta, tal vez porque no era de la mafia de quienes publicaban en esa página, o porque se sentía envidia que tuviera mejor destino literario. Pero fue a través de esas publicaciones que comenzó mi camino hacia el conocimiento de quienes eran los escritores del momento y cuáles eran los temas que se debatían. Ahí conocí literariamente a Roberto Vallarino, Ignacio Trejo Fuentes, a Jesús Gardea, Evodio Escalante, Naief Yehya, a muchísimos autores y cronistas, que en esas páginas se daban vuelo  para analizar alguna obra literaria, musical o pictórica, escribir un poema o un cuento. Pero también  me permitió adentrarme al conocimiento de los autores consagrados como Mario Benedetti, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, cuyas obras eran recomendadas por los colaboradores de esos espacios culturales.
Le apostaba a los cuentos que ahí se publicaban y que le llamaban “el cuento del sábado” o “el cuento semanal”. Me gustaban las reseñas sobre libros de poesía o sobre las novelas recién publicadas. Leía las traducciones de poesía. Me acercaba tímidamente, como aprendiz literario, no como escritor. Ni idea que algún día iba a publicar mis propios libros. Leía por placer y por saber. Y aprendía la técnica de cómo se analizaba y sintetizaba un texto, cómo se realizaba cierta operación quirúrgica literaria sobre alguna obra recién publicada, o de que fortaleza o debilidad se nutrían los escritores. Me gustaban mucho los puntos de vista encontrados entre un escritor y otro. Plantear un problema y contradecirlo en la siguiente entrega, era un placer de los mejores que me dejó esa época. Cada semana adquiría, desde el lugar donde anduviera, el Uno mas Uno o La jornada para hacerme de mi semanario, según fuera el caso o la época. A Excelsior lo tomaba como sustituto cuando alguno de estos faltaba. Y dejé de adquirirlo, cuando el Uno más Uno desapareció de la provincia y La jornada, le tocó irse por falta de quien pudiera distribuirlo a tiempo.
Contrario a esa vida cultural que en aquella época nos proporcionaba Uno más Uno, Excelsior y después La jornada, aquí, en el sur de Veracruz, la situación era una tierra inhóspita, si de literatura se trataba. No había diario que se ocupara de un ejercicio similar. A lo sumo, dejaba colar casi siempre malísimos poemas, que en lugar de formar, deformaban y engañaban al lector.
Así, los pocos que escribían poesía o cuento o crónica eran individuos sin ningún proceso formativo. Escribían por intuición, pero sin saber. Así que no valía la pena abrir un diario para aprender, aunque  mucho se diga que no hay texto malo que no te deje una enseñanza. Todo de pende de qué se busque a la hora de leer.
A partir de la década de 1985 del siglo pasado, Diario del Istmo, de aparición en la ciudad de Coatzacoalcos, fue quien comenzó a publicar un semanario tabloide de unas ocho páginas, donde se daban a conocer aspectos de la cultura social, la etnografía de la región y  la literatura. Lo dirigía un muchacho oriundo de Las Choapas, de nombre Agustín del Moral Tejeda, que al parecer había estudiado comunicación social; con esas páginas inició su carrera de escritor  José Homero y otros que no recuerdo. Por cierto, en 1987 ganaron un premio nacional de periodismo cultural. Hecho que fue muy sonado no sólo dentro del quehacer del diario, sino a nivel regional, pues era la primera vez que un diario local conseguía un premio nacional de periodismo en la rama de la cultura. Sin embargo, poco duró el gusto, pues a raíz del premio se generó un conflicto entre el Director, José Pablo Robles Martínez y los escribidores de la publicación semanal. Los  muchachos, en sus reclamos de reconocimiento al mérito señalaron, con justa razón, que el mérito a ellos les correspondía y lo exigían. Pero el director, les dijo que sin él, ellos no hubieran logrado el premio. Lo que les dio a entender que el premio no había sido exclusivamente por la escritura, es decir, debido al esfuerzo de escribir de los muchachos, sino que había sido negociado por el director para conseguir una imagen nacional de periodismo veraz y culto. Eso molestó a los incipientes escritores, cuyo tiraje El Istmo en la cultura les había servido de fogueo sin paga, porque los diarios culturales en la región nunca han pagado, ni pagarán, salvo honrosos casos. Tal conflicto los obligó a separarse del diario, y como la mayoría ya estaba en jalapa estudiando su respectiva profesión, ahí se acabó ese único proyecto de difusión cultural de calidad que hubo en la región.
Pero los que ahí colaboraban gratuitamente, con el tiempo trascendieron, y muchos de ellos son ahora escritores, si no consagrados, tienen un trayectoria estimable y reconocible.
Fue su ingreso a El istmo en la cultura, lo que les permitió foguearse en la escritura literaria, y con los años, publicar sus primeras obras. Quien fungía como director del tabloide, Agustín del Moral, publicó en 1997 una excelente novela Nuestra alma melancólica en conserva. José Homero, otro colaborador, ya como egresado de la Facultad de Letras publicó un libro de ensayo La construcción del amor en 1992. Y después han aparecido otros libros más, que les ha dado a ambos una respetable posición como escritores y difusores de la literatura. Su inicio, como el de muchos, fue a través de escribir para un diario local. Pero no lo hicieron solamente por publicar ahí, lo lograron porque en ellos prevalecía el talento y la perseverancia de llegar adonde buscaban con empeño.
Desde mi perspectiva, esta aparición de El Istmo en la cultura en el sur veracruzano, impulsó  a muchos las ganas de escribir o de entender la cultura y el quehacer de la literatura. Por eso, a raíz de que  dicho tabloide dejó de publicarse a principios de 1987, fue que apareció en Diario de Sotavento, Serpiente, página de cultura dirigido por el filósofo y periodista Javier Pulido Biosca, pero solamente duró unos cuantos meses. Pero Javier, como los anteriores, fue abriendo su propia brecha en la cultura, y durante mucho tiempo publicó una revista de carácter histórico etnográfico, Raíces, y ha incursionado en la obra de autor con algunos libros sobre la historia de Coatzacoalcos y sus problemas.
No está de más reconocer aquí, el papel que desde principios de la década de los 80s había venido desempeñando el poeta y periodista Humberto Burguette Pedrero, “Huarichi”, quien en los años ochenta publicó una revista de carácter político cultural, cuyo título fue Índice, e hizo por escribir poesía, cuyo eje temático era la ecología.
 En ese contexto de aparición y desaparición de las páginas culturales en los principales diarios de Coatzacoalcos: Diario del Istmo y Diario de Sotavento, y a raíz de que éste último fue vendido por su antiguo dueño: Alfonso M. Grajales,  al cacique sureño Cirilo Vázquez Lagunes, y que mi amigo Roberto Sosa González, era el jefe de información de este diario, es como me animé a publicar, con escasa paga, por supuesto, una página de cultura, la cual se llamó Signo del tiempo, de existencia efímera, pues el diario languidecía económicamente, y hubo que buscar mejores oficios para la sobrevivencia, porque de la escritura, era bastante difícil.
En esa página, el suscrito era el diseñador, recopilador  de los textos que, algunos amigos podían ofrecer, y por supuesto, de escribidor. Quienes aquí colaboraron no tenían por oficio la literatura, pero gustaban de ella. Tal esfuerzo, sin embargo, no trascendió más allá de la propia ciudad y de quienes colaboramos con dicha página: Luciano R. Antonio Cornelio, Alberto Martínez Acosta, Rubén de Leo y algunos más colaboradores espontáneos. Esto sucedió entre finales de 1987 y principios de 1988.
Luego, en 1991, colaboré durante un año y medio en un nuevo periódico que se abrió en ese año en la ciudad: El liberal del Sur. Ahí me dieron la oportunidad de dirigir la sección cultural y, aprovechando el puesto, propuse que se abriera una página de cultura sabatina. Se intituló Berelele. Participaron como colaboradores Rubén de Leo, Armando de la Maza (+), Mario Flores(+), Andrés Bolaño, Teresa Cadena de Ponce, Magdalena Rosales, Germán Rodríguez Filigrana(+), Desiderio Cadena(+), Oscar Lainez y otros.
Recuerdo que cuando se inició dicha página, me autorizaron pagar  (de diez a veinte pesos por cada colaboración), pero a los dos meses de iniciados, ya no tenían con qué cubrir la paga a los colaboradores, y a duras penas se pudo saldar lo se les había prometido. Después, todo fue de gratis. Lógicamente eso bajó el nivel  de la publicación, y para que apareciera había que andar refriteando lo que sobre cultura mandaban  los cables de información o tomarlos de alguna revista nacional.
Si  de la página de cultura que se publicaba en Diario de Sotavento, me salí por la falta de paga, a pesar de que el nuevo dueño era Cirilo Vázquez Lagunes[1], del periódico El Liberal salí por la puerta trasera, debido que el poeta Andrés Bolaños escribió un poema erótico, cuyo personaje central era una rubia, y como la esposa del Director del diario, era de ese perfil, pensó que tal vez, el poema era dirigido hacia ella, entonces se quejó con su esposo, y al otro día, ya estaba fuera del diario,  triste y feliz. Triste porque ya no tendría mi quincenita, que aunque poca, me aliviaba el hambre; y feliz, por haber colaborado aunque sea un año y haber probado que la cultura en el sur veracruzano, era una cosa rara que casi nadie entendía y la veían como una enferma a la cual hay que socorrer por lástima. Los diarios aceptaban publicar esa página, no tanto por ser dueños de una visión y actitud culta, sino para aparentar una talla cultural que no tenían. Pero también, sucedía lo que siempre pasa en cada pueblo ramplón: los lectores enviaban textos, que generalmente eran poemas, y solicitaban que se les publicara, sin que dichos textos presentaran orfebrería literaria. Se creía, en ese entonces, y creo que todavía se sigue en esa lógica, que poeta es aquel que escribe por inspiración, sin tener ningún proceso formativo. Por lo que, lo primero que se escribe es lo que se debe publicar. Sin querer queriendo, además de formador y recopilador de material para la página, hube de practicar la función de censor. Esto sí, esto no. Hasta que me llegó el cuchillo de la güera esposa, que, ni en cuenta. Porque la mujer por la cual me asaba por dentro era la administradora, que en aquella época era  muy sensual, pero que ahora, pasado los años, ha perdido todo su atractivo. Mucho de aquello que escribí en Berelele tiene el olor de esa mujer. Que, aunque le di todas las vueltas posibles, nunca pudo tragar el anzuelo que le tendía día con día, a través de los aforismos y poemas.
A la par que incursionábamos en el periodismo cultural, promovía los Encuentros de Poetas del Istmo Mexicano. De éstos, se realizaron tres en Acayucan (1987, 1991 y1993) Juchitán (1988) Coatzacoalcos (1989), Tabasco (1992) Veracruz (1994). Al iniciar estos encuentros con poetas de varios estados, le dimos un carácter fraterno, pero también crítico sobre la creación poética. El poeta invitado leía, después recibía su serie de reclamo literario como para que se moldeara y se comprometiera con el estudio de la poesía. Eso era cuando lo realizábamos en Acayucan, pero en otros lados, lo único que se hacía era leer y recibir el aplauso de los escasos concurrentes, 20 o 30 asistentes, y por las noches, ir a los tugurios para poetizar la realidad ginecológica. O también organizar una borrachera en la casa de quien prestara el lugar, cuando se hizo en Acayucan, generalmente recaía en la casa de Germán Rodríguez Filigrana(+), director en esos ayeres de la Casa de Cultura de Acayucan.
La ganancia de esos encuentros fue la talacha con la  escritura, conocer a poetas de otros lados  por el solo afán de compartir el estado de la poesía de cada terruño. Era una acción que no buscaba gloria ni fama, pero sí, sentirse entre cómplices que se ocupan de las letras por puro amor al arte, porque ninguno vivía de eso, sino de sobarse el lomo en alguna ocupación, sea dar clases, sembrar el campo, o cocinar para el marido.
Recuerdo un caso que pasó en un encuentro celebrado en Acayucan en 1987: Milko Galarza (+) era un poeta de Coatzacoalcos, de profesión médico, cuya primera incursión llegó con una queridita muy guapa que, nosotros enseguida le echamos un ojo de luz, creyendo que era su hija, pero no. Luego supimos que era una enfermera al servicio del poeta médico. En esta primera ocasión, llegaron poetas de Chiapas y de Oaxaca y de la región sur de Veracruz. Como Milko venia bien acompañado quiso lucirse en cada una de sus intervenciones, pero la mirada y la atención no estaban puestas en lo que decía, sino en la muchachita que lo acompañaba.
Para 1991 Milko llegó solo, pero trajo la espada desenvainada. Y fue el centro de una discusión poética. Resulta que  cierto poeta leyó un poema erótico, con vocablos poco amables: clítoris vagina, nalgas, y todos los conceptos que tienen que ver con la mujer. El poeta Milko Galarza se paró y dijo que eso no podía ser un poema, por lo vulgar de su escritura. Entonces, solo para seguir la contra, dije que no necesariamente los poemas se escribían con palabra bellas, podían usarse las palabrotas siempre y cuando se justificara. Y como la polémica continuó, terminé diciendo, entonces, que bien valdría la pena hacer en ese encuentro una división de poetas: de un lado, los no emputecidos, por aquellos de no usar lenguaje grosero; y por el otro lado, los poetas emputecidos. Así quedó esa tarde, un poco tensa la situación, que luego se quitó por la noche, durante la cena, donde el trago hizo bailar sobre la mesa a Andrés Bolaños, y a otros, irse de parranda a “La Quinta”, a escribir poemas cachondos con las putas de ese lugar.
Después de esas experiencias, directas o indirectas en torno al periodismo cultural y la escritura, preferí sustraerme de la realidad existente, y me dediqué por compromiso propio, a escribir lo que a mí me gustaba, sin tener una línea que me dijera, esto se publica, esto otro no. Y ni pensar que llevaría mis textos para que se apiadaran de mí y me los publicaran, como todavía siguen haciendo muchos, con el ánimo de no sentirse hombres muertos, o tal vez por crearse un poco de fama a través de las páginas de los diarios. Preferí, también con eso de que las editoriales solo otorgan al autor un 10% sobre la venta de la obra, - siempre y cuando sortees  el obstáculo de tener renombre literario a efecto de poder publicarte-  decidí formar mi propia editorial, invertir en mi obra y difundirla entre amigos y escasos lectores. Así, en lugar de estar publicando gratuitamente en los diarios de la región, espero pacientemente la conclusión de mi obra, reúno el dinero, la publico y la presentó entre mis clientes cautivos: amigos, alumnos y uno que otro lector verdadero (es decir, aquel que lee por gusto y no por obligación). Al diario solo lo utilizo para dar a conocer alguna nota de prensa sobre la presentación de determinada obra, porque es impensable que algún periodista sepa reseñar críticamente lo que se escribe. Los reporteros saben de nota roja y de amarillismo, pero casi nada de literatura. Desde luego, existen honrosas excepciones.
Sin embargo, reconozco que el periodismo cultural es un instrumento muy necesario para difundir la cultura literaria o de cualquier tipo. A través de él, se pueden formar lectores, que a la larga, puede redundar en el consumo de la literatura. Pues si de algo carece nuestra literatura actualmente, es la de no tener lectores en demasía. Son muy escasos quienes, por placer propio, se acercan a las librerías a adquirir la novela o el libro recién publicado. Producto de esta situación es que muchas librerías en Coatzacoalcos y Minatitlán cerraron sus puertas. Sin lectores no hay librería, y sin éstas, el autor no tiene donde exponer su mercancía. Y aunque ahora, Liverpool y Sanborns cubran esa deficiencia, a ellos también les hace falta lectores para las diversas obras que ahí expenden.
Ese es uno de los grandes problemas de nuestro entorno: el mexicano tiene el defecto de no leer, de no gustar una obra literaria o del talante que sea. No existe esa vocación por la lectura, y por ende, la vocación por la  literatura, no en tanto escritor, sino en tanto lector. Ante esa falta, el medio adecuado para irlos formando, con paciencia y enjundia, pudiera ser la página de los diarios. Sin embargo, el problema que se presenta es que los directores de los medios, no están interesados en salvar ese problema, porque la cultura no vende; en cambio, venden los muertos, los sucesos de balazos entre narcos y policías, los asesinatos a mansalva. Hay muchos diarios amarillistas que usan esos hechos lastimosos para vender su periódico ante un lector sádico, que gusta de saber a quién violaron, a quién asesinaron, a quién robaron. Pero no cuál es la última novela de tal autor, o la obra de divulgación mejor escrita. Incluso, cuando los diarios anuncian al Premio Nobel de Literatura no le dan la primera plana, sino que lo ubican allá, escondido en una sección que pocos miran. Pero en cambio, si mataron a alguien de cierto nivel económico, le dan toda la plana, y seguro que ese día, el diario se acaba antes de las diez de la mañana. Imposible competir con esta idiosincrasia. Imposible ganarle, si hay muchos años atrás de ir moldeando una conducta típica de degustar con placer la nota policíaca, pero no la literaria. Así, los diarios culturales no solo han servido para formar a un escritor en cierne o a un lector ávido, sino también para crear cierto gusto  que limita la visión y el entendimiento del papel que pudiera jugar un diario para el desarrollo de la cultura y la literatura.
Desde  mi punto de vista, sea el sur de Veracruz o la misma capital del Estado, existe una gran barrera entre el diarismo y la literatura. Ambas son polos extremos de un gran problema: la falta de lectores. El diario actual, el que se ejercita aquí o en otras ciudades, es que no se preocupa por formar lectores de nuevo cuño, sino en mantener al que ya ha conseguido con la nota roja o la nota política. No les interesa que el lector crezca en lo intelectual, en lo artístico y en su capacidad de crítica. Se ha conformado con la formación de un sonso lector, cuyo placer es buscar la nota roja del día. Y eso mismo ha creado un cierto tipo de reportero o periodista: aquel que escribe bajo cierto formato, y no sale de ese cliché. Dime qué tipo de lector eres, para que yo te ponga un determinado tipo de escritor de noticias.
Pero también, la literatura, o los escritores, no hemos visto más allá que la puerta de entrada de las editoriales. Nos hemos conformado con pegarnos a ellas en busca de la oportunidad que nos conduzca al éxito. Pero éstas incurren en el mismo error que poseen los diarios. Carecen una estrategia clara para formar lectores. Con uno o dos escritores de renombre que una editorial haya conseguido, con eso tiene para sobrevivir económicamente. Por eso, no se preocupan de qué modo los lectores de sus publicaciones deban crecer en número y en calidad. En tanto, siempre solemos oír quejas de que nadie lee, o si lo hace, lee basura, pero no nos ponemos a pensar en cómo lograr ese cambio. Ni en equipo ni como individuo hacemos algo por superar este gran escollo, que es la falta de lectores. Preferimos nadar de muertito, en espera de que algún día, los escasos lectores  nos eleven al pedestal de la fama.
Pensando en eso, y desde mi perspectiva, tanto el diarismo como la literatura tienen la obligación suprema de formar lectores, que superen lo rudimentario y desarrollen una conciencia y visión crítica tanto del texto como del entorno. A cada escritor de literatura le hace falta un lector crítico, pero estos no pueden nacer por generación espontánea, sino que es necesario crear las condiciones culturales para lograrlo.
Así, si pensamos que cada uno (el periodismo y la literatura) puede andar por su lado, es agravar el problema. Pues al separarlos, no habrá diario culto, ni literatura que llegue a todos los lectores. En cambio, si los unimos a través de una estrategia de desarrollo cultural para la formación de una sociedad lectora y crítica, se puede comenzar a cerrar la brecha que hay entre un libro y un diario y su relación con sus posibles lectores.  Pero para eso, hay que establecer una política cultural, que antes que ser programa oficial, debe anidar en la conciencia de quienes, por una u otra razón, escribimos para un diario o para cierta editorial. Si unimos a ambos, se podría desatorar esa falta de lectores, que tanto al diario como a la literatura les hace falta. Y al desatorar ese problema, podríamos pensar que nunca más habrá un diario sin ejercicio literario, ni una literatura sin un diario que difunda las nuevas obras para placer de ávidos lectores. Pensar así es un poco soñar despierto, pero si no lo hago, nunca podré saber qué idea se me metió en la cabeza cuando pensaba que debíamos tener en cada ciudad un diario a la altura de nuestras exigencias de lector crítico. Actitud que, en mi caso personal, se formó a partir de leer el periodismo cultural que se hacía en Uno mas Uno, Excelsior y La jornada. Y también, porqué no aceptarlo, lo que alguna vez se hizo en El Istmo en la cultura y en otras páginas de la región del sur veracruzano.

Mayo del 2011. samy530129©hotmail.com




[1] Cacique del Sur de Veracruz, que fue abatido en noviembre del 2006 en la ciudad de Acayucan, donde vivía y desde donde irradiaba su poder en los municipios sureños de Veracruz.

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