miércoles, 30 de marzo de 2011

RESEÑA

El segundo círculo del infierno[1].
Carlos Alemán[2].(+)





Con la atractiva perversidad de lo oculto de pronto revelado, la pregunta que subyace bajos las interrogaciones del niño y el amante; porque “…la sua passione predominante é la giovinne principiante…” ahí están los espionajes infantiles, las situaciones con un amplio espectro de significados, y el elemento fundamental, la iniciación por el cuento y la palabra que se vuelve mágica, a causa de su requisito excitante, ahí tenemos el nacimiento de Venus; Adso se encuentra con la muchacha hermosa y terrible como un ejército dispuesto para combatir, donde ni Gulliver ni Bocaccio ni Scherezada se ahorran detalles; asistimos a los cuentos droláticos ante grabados de Utamaro y el Nen, personaje de Éramos muchachos, es conducido por la voz del Charrascas a la alegre ronda de las prostitutas.

Los juegos, el suspiro, la sorpresa, suceden en este libro, que es carrusel orgiástico del beso robado y la carta del amante, de Eros y Psiquis, de infantiles diversiones en el mundo feliz y sus columpios, donde el elemento lúdico se desplaza de las compañeras, como sujetos activos, para transformarse en campo de exploraciones corporales, deliciosas en hallazgos, que conducen a fijaciones y recuerdos sin final; las no tocadas caderas jamás se olvidan, si Petrarca hubiese tenido a Laura no la habría cantado, el negado placer se multiplica, Apolo a Dafne persigue, porque ella se niega; las escondidas, el nerviosismo, las caricias, tan no se olvidan que todavía generan resultados literarios palpables, ese es uno, de todos los encuentros del libro Éramos muchachos.

Pero sin duda, instante tan memorable, es en el cual se funden ángeles de carne a demonios de sentimiento, punto en el que creo estamos todos de acuerdo; si no, que se lo pregunten a Bety, personaje eje del texto, o a Venus en compañía de Marte, o seduciendo a Adonis en su torrente de impresiones imborrables y música. Entonces,  se redimen las búsquedas de errantes holandeses, de camareras y jóvenes que mueren de vida, de novias comprometidas  a casarse por motivos ajenos a su voluntad, y de hombres tristes.

Llegamos a la estación del pervertido y sus niñas con música del Gurrelieder, se presentan Balthus y sus modelos, Lot y sus hijas asoman al Ostrakon de la bailarina con los huevos rotos de la Celestina, es la pareja que bebe, Humbert Humbert con el cántaro en pedazos hasta los excesos que provocan la repulsión, Eneas y Ulises no escaparían, si Dido y Calipso no insistieran tanto en atraparlos.

Y ni que decir del Gallo, personaje del cuento titulado La del estribo, con el triunfo de Baco, ahí escuchamos al primero y segundo movimiento del otoño, Turiddu brinda en esta carrera del laberinto y la realización del goce, triunfa sobre todo freno, siendo que la mayor parte de los actos incestuosos y de los delitos homosexuales se cometen bajo la acción del alcohol.

Digno contrapunto, de todo este conjunto narrativo realizado por Samuel Pérez García lo constituye el capítulo dedicado a la Peri, aquella de un partido carmíneo; ella es la Salomé que danza ante Herodes, es la triunfante Judith, la Mussetta segura de su sensualidad y poder, es la italiana en Argel, la Dalila tremenda, Carmen, Mesalina, Filis, la Julieta de Sade, la flagelada y la bacante, en la que existe ese “componente homosexual” tan pronunciado que exige la necesidad de someter, con el miedo –que es la secreta fantasía- de ser sometido y que termina en el sueño y el sofá con la ópera de Charles Gounod referida a una célebre poetisa griega.

Y el pozo narrativo sigue manando, ahora se encamina a Ese sábado de sol intenso, donde todas las obligaciones provocan reacciones contrarias, Emma Bovary se abraza al amante y la mandrágora es sostenida por Lady Chaterley, mientras Joyce hace de Penélope seguidora de la corte del amor, la regenta visita el templo con la procreación a cuestas, escuchando la hora española de Francesca da Rimini, los resultados llevan siempre inevitablemente al placer, que es reverso de la tragedia en este espejo literario del deseo bajo los olmos.

Después desfilan, evocadoramente, frente a nosotros en el cuento de La última oportunidad Violetta Valéry, Thais, la Magdalena con su tarro de perfume, el embarque para la isla de Citera del sátiro y la ninfa, Naná, Olimpia o Paulina Bonaparte, ellas nos llevan a la orgía sin final, de esos jardines del amor hechos con delicias y conciertos campestres, de la casa disoluta, del vas de Mephisto a todos los brindis y las bacanales.

Finito al fin, el texto concluye con la historia de la juventud en una narrativa que da título al libro, Éramos muchachos, en una amalgama de situaciones donde lo mismo tenemos a Tarquino y Lucrecia que a Narciso, igual a Scarpia que al duque de Mantua, vamos al Paradiso con Antinoo, tenemos a la campesina, a Laurencia y al comendador, con su canto al cuerpo eléctrico y ese péndulo de los sentimientos que oscila de un extremo a otro en el que no hay amor sin odio, porque todo amor exagerado puede llevar al odio extremado si es empujado al límite, para caer en la culpa y en la obsesión.

He aquí, entonces, este trabajo literario palpitante y lleno de situaciones de vida que se narran a flor de sangre y a fuerza de memoria bajo fuego; su signo mayor, sin duda, es esa propensión total a la ausencia de las moralinas anémicas; hay palabras de fuerza y sudor, de sangre y lágrimas. Es un documento para disfrutarse y revivir instantes, cuando no para proyectarlos en esa deliciosa disolución de límites, esto es, saltar las vallas, ser libres, pecar de incontinencia, lo que se paga en el segundo círculo del infierno, al que en espíritu este texto pertenece.


[1] Palabras leídas durante la presentación del libro Éramos muchachos, celebrado el 30 de mayo del 2006, en la Casa de Cultura de Coatzacoalcos.
[2] El autor murió el 19 de agosto del 2010.

martes, 29 de marzo de 2011

REVELACIONES

Una estrella más de Samuel Pérez

Margarito Escudero Luis.



Contar historias no es una tarea fácil. Todos los individuos traen sobre sí, una historia que se va almacenando con el paso de lo años, pero ahí se quedará, si no encuentra las palabras adecuadas y la forma exacta, para que los demás se interesen en lo que tenga que decir.
Así es. La forma como se cuenta una historia es determinante.
Quienes se dedican a contar historias, siempre observan a las personas que escucharán o leerán el relato, así se puede dirigir a adultos, niños, grupos, mujeres; en fin, para cada sector debe haber una forma de contarla.
Por eso no me sorprende, que Samuel Pérez García ponga ante el público un nuevo libro. Lo sorprendente, es que ahora se dirige a un público especial.
Samuel Pérez ha escrito muchos libros, porque para eso nació, solo, con el apoyo de unos cuantos amigos, va imprimiendo y presentando su obra.
Ha escrito desde novelas, cuento, poesía y hasta textos académicos; ahora, irrumpe en la realización de cuentos para niños.
Así es. La nueva edición de Samuel Pérez se titula SI UN DÍA LAS ESTRELLAS SE APAGARAN, donde nos ofrece nueve cuentos dedicados a los niños, o eso es lo que pretende el escritor, pero al leer cada uno de ellos, me parece que Samuel hurga entre la mente infantil, intenta sacar su propio niño, y obtiene estos textos, que son cuentos de niños para que lean los adultos.
Es enfrentarse con las difíciles preguntas, que hacen los niños a los padres, es la postura de un padre enseñando a sus hijos.
¿Por qué brillan las estrellas?, pregunta la niña y, como buen padre, se sale por la tangente respondiendo: -Dios así los dispuso-
Pero la niña ya trae una respuesta de la escuela, más real, más científica.
Ese es el encuentro de los padres con los hijos pequeños, preguntas y más preguntas, que más vale conocer la respuesta o te apabullan.
Y es que, en el mundo de los niños, las cosas no son igual como las vemos los adultos. Aquella niña que cuestiona al papá, sobre qué pasaría si se apagaran las estrellas, no se refería a las estrellas del cielo, no. Para eso tiene la respuesta del maestro.
Ella se refiere a las estrellas que ve en los ojos del padre, quien, molesto le dice que lo deje leer su diario.
Es un llamado de atención muy claro, para que no dejemos a nuestros niños con la palabra en la boca.
Y ese es sólo el primer texto de este nuevo libro de Samuel Pérez, una hermosa presentación en color con una sorpresa adicional.
Siria Yared
Cada cuento, de SI UN DÍA LAS ESTRELLAS SE APAGARAN, viene con una ilustración realizada por una niña de diez años de edad. Se trata de Siria Yared Pérez Matus, hija de Samuel, que se incorpora al mundo donde se mueve su padre. Nena que en los últimos días, se le ha visto acompañando al adusto escritor, por las calles de Coatzacoalcos y en los cafés que frecuenta.
Siria es protagonista de alguno de los cuentos; es sin duda la musa inspiradora de este libro, es la luz que fuerza al escritor a volver la vista al mundo de los niños.
El profesor, la mascota, las hormigas, las estrellas, los abuelos; todo ese mundo que nos rodea todos los días y que, muchas veces, pasamos sin ver, pero que los niños llevan más presente que nadie, pues observan meticulosamente el mundo, que a cada rato están descubriendo.
SI UN DÍA LAS ESTRELLAS SE APAGARAN, se presentará al público, el próximo 30 de marzo, en la Casa de la Cultura de Coatzacoalcos, seguramente dejará un grato sabor de boca entre quienes se den la oportunidad de leerlo y conocer a la pequeña Siria Yared.
Ahí, el lector podrá enterarse del contenido completo del libro, y comparar las apreciaciones que aquí se hacen y elabora las propias.
Y es que varios textos son tan profundos que merecen un análisis especial, como el cuento titulado “De Perros, Iguanas y Culebras”, donde hay castigos divinos y una remembranza de algún lugar del Istmo Oaxaqueño, así como menciones a los guisos, que pueden hacerse con las iguanas, el cuidado necesario para cazarlas y el respeto a los animales, pues “el Señor se puede molestar por andar cazando a sus animalitos”.
 Y es a través de los animales, como Samuel aprovecha para ir contando estas historias, que terminan con una enseñanza, como deben ser los cuentos. Enseñanza, que puede ser interpretada de diferentes ángulos y que, seguramente los niños sabrán aplicarla y llevar el mensaje a los adultos.
Samuel Pérez García es, quizá, el escritor del sur de Veracruz que más ha publicado, con impresiones finas y con mucho esfuerzo.
Y ha intentado incursionar en todas las facetas de la escritura con mucho éxito. Ya es tiempo de un reconocimiento.
Comentarios: mexmel@gmail.com

miércoles, 23 de marzo de 2011

Elizabeth Taylor

PARA ELIZABETH TAYLOR, IN MEMORIAM

EL SUEÑO DE AMBROSIO RUMBAL.

Samuel Pérez García


1

Obligado por la alarma del despertador, el hombre todavía con sueño, abrió los ojos. Al lado, miró dormida a su esposa Mariana.

–Levántate –ordenó.

–Tengo mucho sueño, dijo ella.

Mientras él se desperezaba un poco, Mariana volvió a dormirse y empezó a soñarse en un parque de laureles frondosos. Se sentó bajo uno de esos árboles, y se dispuso a leer el libro de cuentos, que traía en su bolsa. Así iniciaba su relato.



2

La primera vez que Ambrosio Rumbal fue al cine lo hizo un domingo que exhibían Cleopatra, una película donde la actriz principal era Elizabeth Taylor, de quien Ambrosio Rumbal se quedó para siempre prendido, a tal grado de decir a viva voz, que mujer como ella no había otra en el mundo. Contaba que le hubiera gustado ser Marco Antonio o Julio César, para tener de amante a Cleopatra, es decir, a Elizabeth Taylor. Sería bonito dormir al lado de esa mujer de ojos color violeta y pobladas cejas –decía en voz alta, al concluir de contar la película que fuera.

Ambrosio Rumbal nunca olvidó el nombre de Cleopatra, y contaba la cinta como si estuviera leyendo el libreto. Sus descripciones eran tan exactas, que quien lo escuchaba no oía, sino miraba. Ambrosio Rumbal vio y gozó todas las películas de la actriz norteamericana, por lo menos todas aquellas exhibidas en el cine Auditorio, cuando todavía existía.

Esa habilidad nata, que para contar tenía Ambrosio Rumbal, hizo que todos los muchachos y los niños del barrio lo escucharan atentos, al narrar la trama de cada cinta. Ya de adulto, sin trabajo de por medio, Ambrosio Rumbal se iba a las cantinas y empezaba a narrar sus películas, a cambio recibía de los borrachos unas monedas. Las contaba como si la estuviera viendo en la pantalla, y hasta suspiraba de vez en vez, por la única mujer con quien declaraba que le hubiera gustado acostarse en aquellos sesenta del siglo pasado.

De cómo se hizo cinéfilo, es algo que Ambrosio Rumbal cuenta sin tantas vueltas, como lo hace con las películas. Tenía catorce años, cuando fue por primera vez al cine con un amigo de aquella infancia. No entraron por la taquilla, sino por la parte de atrás, pues por ese lado, el viejo cine tenía una puerta de salida y que, muchas veces, por descuido quedaba solamente emparejada. Cuando ingresaron a la sala, la película ya había comenzado.

En la completa oscuridad del recinto, Ambrosio Rumbal mira por vez primera los ojos felinos, color violeta, de la mujer sentada en el trono. Dos esclavos negros, la soplan con unos abanicos enormes. Todo en ella es belleza. Sus ojos grandes, su boca roja, bien delineada, la voz melódica que le nace cuando ordena. La cámara enfoca ahora una batalla. Sobre una colina hay un ejército, que baja en tropel, donde otros esperan con los arcos tensados. Ambrosio Rumbal supone que la guerra es por la mujer guapa, que abanican los esclavos negros.

En el cine, la vida ocurre como en silencio, en la completa oscuridad, desde donde Ambrosio Rumbal imagina que la mujer que está en la bañera, con dos esclavas frotándole la blanca espalda, sería el tipo de mujer con la cual a él le gustaría acostarse, un día en su vida. Mira los labios carnosos, el perfil bien labrado de la cara, las cejas espejas, negrísimas sobre el color violeta de los ojos. Nadie como ella –piensa Ambrosio Rumbal- mientras se deja llevar por las imágenes, donde el fornido general se bate a muerte, sin perder equilibrio y control del caballo. Un mandoble aquí. Otro allá, así se va quitando de encima a sus enemigos.

La cinta sigue corriendo. Ambrosio Rumbal se entera de que la guapa mujer se llama Cleopatra, y que es reina de Egipto. Ella se adorna la cabeza con una corona, que tiene incrustaciones de diamantes. Una túnica amarilla, larga, fileteada de oro, cubre su cuerpo. Mientras Ambrosio Rumbal la disfruta con arrobo, un mensajero entra al aposento, le entrega a la mujer un mensaje. Ante el escrito, la luz magenta de sus ojos pierde brillo, se agrisan. Casi grita que no puede ser posible, que Marco Antonio haya muerto, es decir, el general que hace rato, Ambrosio Rumbal veía pelear bravamente.

Sus ojos denotan un profundo desconsuelo Pide que la dejen sola y se tira sobre la cama. Mientras lo hace, un ejército se repliega y huye; otro atiza la persecución. Ondea la bandera romana.

En Palacio, Cleopatra llora. Ordena a una de sus esclavas.

–Trae la cesta –indica.

La muchacha obedece. Le lleva una cesta, de donde asoma una culebra que chasquea la lengua. Cleopatra se acuesta, por entre la túnica amarilla, deja asomar una pierna blanca. Los ojos de Ambrosio Rumbal ven a la culebra deslizarse por la cama. Sube por una pierna, recorre el cuerpo inerme de la mujer. Ahora, saca la lengua frente al rostro lloroso, triste de Cleopatra. En tanto, el general hace una entrada triunfal en la ciudad. Los vítores del pueblo congregado, saludan a Marco Antonio. Frente al palacio se apea del caballo. Sube aprisa los peldaños de los amplios escalones de piedra labrada. Abre la puerta. Una mujer, sobre la cama, parece dormir. Una culebra en fuga, es lo que la cámara registra.

–“Que mala suerte de hombre”, -pensó en aquella ocasión Ambrosio Rumbal, cuando miraba al General arrodillado, lloroso, junto al cuerpo inerme de Cleopatra. Desde esa vez, él se imaginó que por esa mujer bien valía una guerra, y todas las suertes que el destino impusiera, que por esa, sí valía la pena todo sacrificio, con el fin de tener un cuerpo como ese, hecho a la medida de sus manos grandes, unos pechos suaves y tibios hechos para su boca de lumbre, un par de ojos violetas para toda la ternura de su alma.

Así fue como desde ese domingo de infancia, Ambrosio Rumbal empezó a crearse otro sueño: la de acostarse con la actriz de ojos violetas y cuerpo sensual. La de repetirse todos los días de su vida, que su sueño de siempre, sería acostarse, un día, con esa artista llamada Elizabeth Taylor.



3

Cuando concluyó de leer el cuento, Mariana se quedó pensando en Ambrosio Rumbal y su deseo por la actriz. Ella también había tenido una obsesión similar, pero había sido con Rock Hudson, de quien se había prendido, desde que lo viera actuar en Gigante. Pero se ubicó en la realidad y se casó. Pero con Ambrosio Rumbal, no había sido así. Él –pese a los años- seguía con ese sueño de acostarse alguna vez con Elizabeth Taylor. Y lo decía con tanta devoción, que Mariana se había convencido, que ese hombre, en verdad, amaba a la actriz. Pensó la hora. Le quedaban escasos minutos para levantarse y dejar la cama. Cuando casi abría los ojos, entreveró que Ambrosio Rumbal estaba a su lado, y le decía si le contaba reflejos en tus ojos dorados o la gata en el tejado de zinc. Pero no. Había sido una visión, producto del cuento leído en el sueño. El que estaba ahí era su marido, que se había vuelto a dormir.



4

–Un coyotito más –dijo el hombre y se acomodó sobre la almohada. En cuestión de segundos, un profundo sueño lo envolvió. Y empezó a soñar que estaba en la mesa de una cantina, conviviendo con otros parroquianos, y que entre sorbo y sorbo de cerveza, contaba una película de Elizabeth Taylor, en cuya historia hay una escena, donde ella le muestra los senos redondos, tibios, blancos y firmes, pero no es Richard Burton el actor principal, sino él mismo, es decir, Ambrosio Rumbal, arriba de una Mariana que, confundida por el sueño, piensa, que no es su marido quien le empuja el falo ardiente, sino Rock Hudson, de quien dicen que es maricón, pero que a ella no le interesa, si lo puede sentir, aunque sea por una sola ocasión.

martes, 1 de marzo de 2011

THE MARMALADE-REFLECTIONS OF MY LIFE- SUBTITULADA

CULTURA DE VERACRUZ: EPITOME DE LA LITERATURA QUE SE PRODUCE EN NUESTRO ESTADO.

Samuel Pérez García.
Difundir la cultura en cualquier ciudad de Veracruz es una tarea ardua y mal pagada, no sólo en lo económico sino en lo cultural. Quien se atreve a realizar dicha tarea pronto se le observa como espécimen singular, cuyo atributo es dejar el anonimato para convertirse en el centro de todos los mortales ojos, que no miran con altura y visión  lo que hace, sino acaso con lástima, porque de antemano saben que esa labor no redituará al autor las ganancias que produce la venta de celulares o computadoras, hechas éstas, eso sí, bajo estrategia de mercado, para que duren a lo sumo dos años, so pena de tener que cambiarla porque pende la amenaza de quedar desactualizado.
Desde esa perspectiva el destino de las revistas culturales independientes es nebulosa por las mañanas, medio claro al mediodía, y cuando parece que el solo alumbrará intensamente, llega una lluvia inesperada y el ciclo vuelve a repetirse: nubarrones, chubascos, y polvaredas son las etapas que vive el editor de una revista cuyo propósito sea la cultura por la cultura misma; no el lucro y los grandes tirajes; no los grandes lectores sino aquellos tímidos que aparecen por el predio literario de la ciudad de origen; acaso tal vez, otros más que lleguen a asomarse por la magia de la web, pero no más lejos de los lectores que pululan en torno a quien sea el editor responsable.
Esto vale para Cultura de Veracruz y para cualquier otra especie de esta naturaleza, que confiadamente, haya nacido con el sueño de ser luz en la oscuridad de la cultura jalapeña, norteña o sureña.  Se esté o no en la “meca de la cultura”, si se trata de revista cuyo propósito sea la cultura literaria, musical o pictórica, su suerte es incierta y fugaz: nace una vez para morir después al otro día, al mes o al año. Anda a dos patas para luego romperse una sola y postrarse  para mirar el horizonte, otra vez borrascoso. Y si aguanta un poco más, es decir, que no se aburra de la lástima que recibe, de la indiferencia que llega como el viento frío que baja del cofre de Perote, del olvido del erario que lo huele como bicho por que causa raquiña y del cual se debe huir, entonces a lo mejor siga a duras penas en esa tarea, regular a veces, irregular otras; abierta o clandestina algunas más, de seguir publicando a viejos y jóvenes valores que por causa íntima, y por lo tanto, para sosegar el alma, abrazaron a la literatura con cercanía amorosa. Y no se deja vencer, a pesar de la mirada esquiva de quienes teniendo el cofre lleno para ayudar a que el proyecto sobresalga, le cierran las puertas porque en sus páginas no caben los colores patrios ni azulgrana o amarilloso de los partidos, quienes llegan al gobierno y se constituyen en  usufructuarios del poder público por seis años, y en cuyo proyecto de vida están todos los colores y todas la religiones, incluso el arte posible y el imposible, pero bajo la condición de que al lado de ese escritor famoso, de ese músico estatal laureado, del pintor reconocido, haya la oportunidad de fotografiarse junto al creador, para decirle al respetable público, que el gobierno abraza el destino del arte y de los artistas. Pero si no es así, entonces no se puede. Y en lugar de ofrecer ese espacio y apoyo financiero para los artistas y escritores con el fin de que sigan manteniendo ese hálito a favor de la cultura, ellos prefieren abrirse a los periodiquillos, pasquineros y chayoteros de cuatrocientos o el millón mensuales, con el fin de que estos publiquen día con día las tareas que el egregio gobierno desarrolla en beneficio de la sociedad.
Pero no a las revistas culturales, no a las literarias o musicales o poéticas o del carácter que sea. Sí, en cambio, a los diarios refriteros, a los embozados del chayote pequeño y mayor, a los merolicos de radio barbaridades, pues ellos sí llegan al pueblo y convencen. Para que se callen o para que le bajen a sus miradas escrupulosas, “dales la dádiva, el pequeño mordizco al presupuesto”-dicen los ecos del Palacio de Gobierno. Preferibles gastar que escuchar sus críticas feroces contra las instituciones. Y ahí miras al gobierno gastando más en prensa y propaganda o en carnavales, que en medios que difundan la cultura sin otro fin que la cultura misma.
En este contexto veracruzano, pero más jalapeño que de ningún lugar, es que las revistar culturales nacen y mueren sin que haya quien escriba la historia de su génesis y muerte, porque muchas han nacido, aparecido unas dos o tres veces al año, y después al velorio necesario. Sin presupuesto propio, sin apoyo oficial, sin lectores que amamanten el ánimo de la existencia, el nacimiento y desarrollo de una revista de este carácter, queda a la mano de Dios y de la enjundia, voluntad e inteligencia de quien lo dirija. Así es como ha venido superando los obstáculos en su vida editorial, la revista Cultura de Veracruz, que hasta hoy dirige el escritor Raúl Hernández Viveros, quien pese a ese escaso apoyo financiero que lo ha distinguido de su nacimiento, continúa todavía manteniendo la voz, dándole espacio a los jóvenes y viejos escritores  y a los lectores que, por amistad o por valía propia, se han acercado a sus páginas para encontrar un canal de expresión autonómico.
A falta de un espacio mejor en el Estado, Cultura de Veracruz, sigue andando sin lamentarse de su propia independencia. Suerte la suya de vivir en la “meca de la cultura” y que no haya quien le tienda la mano para seguir siendo baluarte de la expresión artística de muchos profesionales de la palabra escrita, que aquí han encontrado un espacio propicio para trazar camino, y que con sus producciones, han ido forjando lectores que todavía siguen la simiente sembrada hace unos diez años.
Frente a los gigantes que gozan del presupuesto público, tal y como son la Universidad Veracruzana, el Instituto Veracruzano de la Cultura, la Secretaría de Educación Pública, y la propia editora del gobierno, Cultura de Veracruz se mantiene enhiesta todavía con el carácter que le da su autonomía cultural y económica: ser expresión original de los transfondos de la literatura veracruzana que se empezó a escribir hace una década y cuyos ecos sonoros se repiten en cada calle y callejón jalapeño, a través de los productos de quienes colaboran con ella y ejercen su derecho a expresar de lo que creen y piensan.
Celebro que en esta nueva aparición, con nuevo formato y diseño, Cultura de Veracruz siga siendo por muchos años más, epítome de la cultura que se escribe en Veracruz, no la oficialista, pero sí la alternativa.

LA NOSTALGIA DE TEODOSIO GARCIA


LA NOSTALGIA DE TEODOSIO GARCÍA

Samuel Pérez García.Escribir poesía no es una tarea sencilla, implica abrir ventanas del alma para que otros miren e interpreten lo que tímida o clara puede asomarse. Por eso los poetas son catalogados seres que muestran su pena al mundo, y al hacerlo, se vuelven aptos para ser receptores de caudales de lástima que su poesía provoca. No a todos les toca esa cualidad, porque tampoco es la única manera de labrar la palabra poética. Muchas veces, los poetas, en su intento de ser distinto, experimentan con la palabra diversos modos de expresar eso que les pudre el alma. Unos escriben sonetos a la mujer amada, otros satirizan la situación social rimando los versos como ese famoso poema de Quevedo: Érase un hombre a una nariz pegado/ Érase una nariz superlativa/ Érase una alquitara medio viva/ Érase un peje espada mal barbado/ o las Redondillas de Sor Juana Inés de la Cruz sobre la mujer: hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis: si con ansia sin igual/ solicitáis su desdén/ ¿Por qué queréis que obren bien/ si la incitáis al mal/. Por eso, tal vez, Teodosio García Ruiz, un poeta tabasqueño que comenzó su obra literaria y poética en la década de los ochenta, expresamente en 1985 cuando publica Sin lugar a dudas, escribe Nostalgia de Sotavento (2003) en un intento de salir del esquema que todos los poetas siguen: escribir con la parsimonia que exige la norma de la poesía que se aprende en los recintos universitarios, y nos ofrece una obra donde no encontramos la formalidad del pensamiento y de la emoción refinada, sino, acaso, la irreverencia contra el estatus social, la mirada crítica a la economía de la gente, el desparpajo para increpar al que lo oiga, sea culpable o no, de la transformación que convirtió a la selva tropical tabasqueña en un páramo de aceite y fierros oxidados, pozos incendiados, muertes violentas por las explosiones imprevistas de los gasoductos, y a la par, lo que lo hace distinto de una crónica periodística: el encuentro de Teodosio con aquellos años de su infancia, cuando los únicos regalos que recibía de su padre eran los regaños y los cocotazos.No es esta una obra donde nos solacemos con la nostalgia a secas. Es un pretexto para entreverar que más allá de la modernidad que trajo el boom petrolero en el trópico tabasqueño, existe otra manera de resaltar el sentimiento que pervive en las masas de cascos y tornillos, grasas y franelas sucias, que cobran vida a través del quehacer poético que Teodosio consigue con este libro.
Dice en uno de los poemas:
Somos la avanzada, selva adentro, de una civilización a construir con maderos, cochinita pibil, barbacoa de Orizaba, pozole jalisciense, regionales estampas de una identidad escaldada en botanas y cervezas preñadas en cada campamento de exploración/
Quien no sepa de poesía y de sus formas, dirá que es una crónica periodística y no poética, pero el poeta trampea con esto, porque al final, cierra la idea que le cercena el sentimiento, al escribir en ese mismo texto:
Dejamos solamente la infancia allá, porque en estos rumbos la vida comienza y nos crea nuevamente. Es esto lo que hace poético al texto y lo separa de la crónica a secas, periodística.
En esa nostalgia sotaventina, la mujer no falta. Ella es vista como tierna, dócil y brava o simplemente como aquella que se cargará de hijos de algún petrolero desconocido, que producto de lo que la paga deja, van buscando en las mujeres lo que vive entre las piernas y les da aliento para laborar embarrados de grasa y oliendo el óxido de los fierros hasta que llega la catorcena y seguir “siendo obreros para construir el futuro”. Tal no ha sido fácil, porque en la memoria de Teodosio quedaron las corretizas de las explosiones imprevistas, y de esas andanzas cuando andaba metido en los talleres para ganarse un lugar en ese futuro negro que se creía del petróleo, y lo hace rememorando la diabetes que se le enconchó en el último rincón de su alma, y que de paso, lo dejó ciego.
Nada escapa a la mirada de obrero y poeta. Teodosio García, igual que Neruda hizo con las uvas y las cebollas poemas que el hombre común no podía imaginar, el tabasqueño lo consigue con el trapo sucio y la franela que usan los obreros para limpiar las máquinas. Por la importancia que tiene el texto dentro de la obra, transcribo completo:
Una vez dije:/Labor de dios/Es labor de trapo/.Franela indigna/Ensangrentada,/Grana,/Floreciente, flagelo/Del herrumbe/.
………
Cuando acabas blancuzca/De tu hábito/Vuelves a lavar/-infiel algodón rojizo-/El rostro de dios/Si es posible. /
Y así va el poeta pasando lista de presente a la jerga y su envidia, a la caja de herramientas, a los baños del taller, a los bomberos, al chango Mortimer Nolasco, pitcher en el beisbol, quien perdió un brazo entre las cuerdas aceradas del malacate, accidente que lo inutilizó para nunca volver a lanzar sin hit ni carrera. Ese fue la única queja del Chango Mortimer.
Pero insisto, la poesía de Teodosio no es una simple crónica sin más; ésta es el pretexto para meter la nostalgia con toda la fuerza necesaria. He aquí otro ejemplo tomado del poema de Los bomberos de rojo como que bailan:
Después de describir la tarea de los apagafuegos dice en la última estrofa:
Deben ir en helicópteros: saben/Que a veces la unidad les falla,/Pero el miedo no,/Ese está escondido/Adentro del uniforme.
Pero el poeta que no configura en los versos su pasado, que no subjetiviza sus emociones y la enciende para que otros la miren, no es poeta. Por eso Teodosio no podía olvidar la recomendación de Allan Poe sobre la construcción de los poemas: el centro de todo es la nostalgia- dice el escritor. Así, el poeta de Cunduacán escribe:
Cerca de los candeleros, donde el humo de los gases asciende caracoleando, un pedazo de infancia se revela, yace con los ojos abiertos, como viento entre los aguaceros la aparición de unos fantasmas nacidos de los relatos de los jóvenes mayores, de las desdentadas voces de los abuelos, de los dientes que se fueron cayendo en cada grado escolar hasta que apareció la muela del juicio.
Por ahí la infancia, canciones de cuna que todavía se escuchan en las rocolas viejas. p.47
Y tampoco es poeta quien no plasme en sus versos emociones encontradas. Dice en otro texto:
Odio a mis padres/Sus inútiles consejos de cuidar el mundo/De no andarse por las ramas cuando suceda el fenómeno/Cuando la lluvia no sea más lluvia/
Que mis brazos caídos
…….
Odio a mis padres/….Porque yo elegí el camino que no vieron/Y ahora me arrepiento de no ser como ellos.
Asimismo, no hay poesía si a la mujer no se le nombra. De ellas Teodosio da su versión: Las mujeres tienen ojos de misterio, procesiones amplísimas de alaridos irreconocibles; son tiernas dóciles y bravas.
Sonroja la piel una de ellas, un tatuaje nuestro de herrerías medievales y desnudas odaliscas. Y nos aman
Abunda en otra parte:
“Alguna mujer tuvo para mí su tersa piel, su pierna tibia, sus pechos ardientes. Imagino sus herramientas de piel dispuestas para mí. Sus oraciones y abluciones matutinas mientras canta una canción de moda.” p. 92
Pero no se queda así. El poeta también es irreverente con ellas cuando escribe:
Tu sexo no es como dicen los poetas/Un molusco atroz/Un peludo beso/La hendidura salvaje de la vida/Es el culito más rico del mundo/Y quiero más.
Sin embargo, el centro de todo el poemario no me parece que sea la transformación de la selva en páramo petrolero. Ese es el gancho para que el poeta deje correr el río de la emoción que lo agita. Su centro es la nostalgia por la infancia que ya no tiene regreso. De esa infancia escribe recordando un cumpleaños: /mis regalos ha sido putizas/ cocotazos/ dulces palmadas al hombro/ y lava el coche azul/ échale agua al parabrisas/ p.112
Pero también lo mira ese pasado desde el coraje o la sonrisa burlona cuando nos cuenta que las chamacas con tal mejorar la raza se dejaban preñar por un petrolero, cuyo nombres eran raros y oscuros como el propio pasado que el guarda del otro Antonio García, “el ojo de gato”, que Teodosio refiere como un forjador de historias y de anónimas borracheras que están grabadas en “la piedra de aceite, en las madrizas a sus hijos, en las fidelidades de los sábados para beber cerveza con el compadre “pata de loro”, con “bigote blanco”, con “el ronco” del taller de hojalatería. p.96
Más allá de esto, el poeta se mofa de ese mundo de oropel que el petróleo dejó. De cómo sobrevivir en ese mundo que el auge petrolero construyó. Para eso hay que ser amigo de la Quina, de Barragán Camacho o de Carlos Romero (dijéramos hoy). Ser petrolero para no estudiar, ser de planta para heredar el trabajo a los que siguen de la generación familiar, que para el poeta es como tener agarrado a dios de un huevo, eso es ser petrolero para vivir bien en el futuro. Aunque él ahora esté ciego y recuerde ese pasado que lo lleva de vez en cuando a lagrimear, pues reconoce igual que lo pozos petroleros, que ya esta viejo y dolido del vientre, con las costillas rotas aunque feliz. Que su corazón es fuerte como la piedra que envejece los caminos de tantos mirarlos.
Esta es la nostalgia de sotavento de Teodosio García Ruiz que, a veces con parsimonia, otras irreverentes, pero siempre abriéndose al sentido crítico que su experiencia le da, ofreció en esta obra su palabra poética que aparentando ser una crónica contiene oro de poesía. Es este libro otro modo de labrar la poesía tabasqueña, fuera del canon pelliceriano. Crónica como vía para que florezca la nostalgia, sentimiento central en todo buen poema. Si en el texto, así sea rimado y medido, la nostalgia no se asoma, no hay poesía. En Nostalgia de Sotavento no sucede eso. Es un libro que nos invita a leerlo para descubrir mediante la memoria de Teodosio, nuestra propia infancia determinada por el boom petrolero que a todos afectó y a pocos benefició.