miércoles, 30 de noviembre de 2011

LOS CUENTOS DE WENCESLAO VARGAS MARQUEZ


Samuel Pérez García



Uno nunca sabe es el título del primer libro de cuentos escritos por Wenceslao Vargas Márquez, oriundo de Las Choapas. De profesión Ingeniero Industrial Químico, Wenceslao Vargas está dedicado a la docencia en escuelas de nivel medio superior en la ciudad de Jalapa. Hace trabajo sindical, pero le atrae más la escritura literaria. Sin embargo, como todavía no puede vivir de eso, Wenceslao se dedica a la docencia.

El libro que hoy presentamos al público del sur de Veracruz, está compuesto por 46 cuentos, en su mayoría breves. A través de ellos, el autor nos lleva de la mano por sus angustias, sus miedos, su crueldad, su pasión amorosa, sus inventos tecnológicos, sus pesares, y con ellos nos asombra, nos pone en guardia tratando de adivinar algún final feliz, pero de ningún modo logramos conseguirlo. Wenceslao es listo, agudo, metafórico, inteligente, creativo, hace del cuento un placer, un modo de reflexionar la vida, pero también un motivo para odiar, para sentir compasión, para dejarnos  pasmado ante los inesperados desenlaces de las historias.

Y es que el autor sabe su oficio, escribe con inteligencia y creatividad casi todos sus cuentos, aunque en algunos haya errado, sobre todo esos de las compañías alemanas y sus inventos para conseguir agua, su máquina de suicidio o los generadores eléctricos a través de la frotación de los pies de gatos. Que si bien son historias ingeniosas, a mi parecer no adquieren todavía el rango de cuento, por aquello de que un cuento tiene como eje una acción, ejecutada por un personaje, y en estas historias, predomina más la descripción técnica para el uso del invento, que el relato donde un personaje nos desenvuelva su pesar, su trayectoria y encrucijada, que termine en un desenlace inesperado.

Pero esto, que es acaso un lunar dentro de la narrativa de Wenceslao, con los demás relatos, el autor nos ofrenda una capacidad narrativa insospechable, una finura para crear desenlaces imprevistos, una vena inagotable de historias trágicas, violentas, llenas de pavoroso recuerdo. En ninguna de ellas encontramos la salida airosa de un personaje triunfador, en la mayor parte de los cuentos, Wenceslao se aferra a lo cruel, al deseo de matar, al suicidio, pero también a la ternura en medio de tanta violencia, desamor y desagrado.

El autor lograr meternos en la atmósfera de la historia a tal grado, que llegamos a pensar que somos nosotros los testigos principales de esa historia, que si bien podemos aceptar o rechazar, el creador nos hace cómplices y por eso mismo, nos invita a deleitarnos o a refunfuñar por la ceguera de los personajes que, clamando cariño, reciben su hondonada de violencia salvaje.

Personalmente me gustaron las siguientes historias:

El niño tiene razón. La historia cuenta que los niños, a cambio de unas monedas pueden ver al tigre dentro de una enorme jaula de 10 por 10 por 10. El niño dice que un tigre en esa jaula no está preso, sino en libertad. La verdadera jaula no es la que contiene al tigre, sino esa donde se encuentra el niño, es decir, la del universo, por eso el animal solo espera un descuido para entrar a la jaula  que aprisiona al niño. Cuestión de perspectivas. Y también de imaginación. Los presos somos nosotros, no el tigre, es la conclusión del cuento.

Otro cuento es “Quisiera un castillo sangriento”. En él Alicia y Pablo viven un momento crítico en la vida de pareja. Pablo decide romper la relación y Alicia se aferra a que no, pero en medio de la ruptura, lo único que se le ocurre decir es “Vas a dejarme así”, “piensas dejarme así”. La charla ocurre en la sala de la casa. Pablo que está armando castillos, piensa y dispone irse lo más lejos de ese amor fallido, pero frente a la violencia de Alicia que golpea y grita, le ofrece a ella como herencia un soldado de oro, recuerdo familiar. Alicia acepta y Pablo decide dejárselo envuelto. Entra a la recámara. Cuando el soldado de oro está listo, llama a Alicia. Al ingresar a la habitación, recibe de regalo un golpe seco con el soldado que Pablo empuña. Vienen otros golpes hasta dejarla moribunda. Todavía próxima a morir, Alicia le reclama débilmente, “vas a dejarme así”. Pablo no hace caso y sigue armando sus castillos.

Lo que me gusta de este cuento, no es tanto la trama, sino la atmósfera que rodea a la historia y que lo hace verosímil. Comienza diciendo en el primer reclamo: “Es una mezcla de desdén y violencia de pájaros”. En el segundo reclamo, Pablo mira “A Alicia con una mezcla de amor antiguo y perro encadenado”. En el tercero, Pablo vuelve a ver a Alicia con “una mezcla de nostalgia compartida y perro echado”. Y así se va desarrollando el relato, hasta que estalla la violencia y Alicia queda con ese “vas a dejarme así, después que te di todo”, en tanto Pablo sigue armando sus castillos, sabedor que ella va a morirse y a él ya no le importa lo que pase.

Uno nunca sabe es el cuento con que inicia el libro. Es la historia de Margot, una niña indoctrinada en los principios cristianos. Margot, deseosa de saber, le pregunta a Laura, su institutriz, qué le pasa a los niños cuando mueren.

Se entera que éstos van al cielo y ahí se convierten en ángeles. Entonces, razona que cuando ella muera se irá al cielo y será un ángel. Lo mismo, cree, le pasará a su hermanita Ágata, aunque ésta, por ser de tres años, se porta mal: tira la sopa, se hace popó en los calzones. Eso le preocupa a Margot, pues quiere que su hermanita también se vaya al cielo cuando muera. Entonces le da recomendaciones a Ágata de que sea buena, que no tire la sopa, que no manche el mantel, que no se haga popó. Todo ese día no ocurre nada. Ágata se porta bien, entonces, Margot, buscando que la niña cuando muera se vaya al cielo, se la lleva a la cocina y con un cuchillo, le asesta varias estocadas. Cuando Laura y los padres llegan, ella simplemente dice que como Ágata se había portado bien, debía morirse buena para que subiera al cielo y fuera ángel. Pues que tal si mañana se porta mal. Uno nunca sabe, concluye el relato.

Pero hay otro rasgo en estas historias y en la creatividad de Wenceslao Vargas: el de construir narrativas circulares. Tales son los cuentos; “Siendo una fecha tan lejana” y “Morir es como irse. En el primero, se  comienza con una palabra cortada al principio y termina con una palabra inconclusa en el final que, si se aguza el ingenio, la primera palabra del principio, tiene su complemento con la última palabra del relato. O sea, que el cuento puede leerse circularmente. En el segundo caso, el relato inicia con una serie de frases recortadas y  la primera frase dice: …  de la violenta discusión con Lorena obtuve una idea para escribir un cuento…

La historia concluye cuando el narrador dice: El cuento es el siguiente.

Lo que quiere decir, que al terminar de leer la historia, podemos volver a empezar desde el principio.

Podría seguir comentando otros cuentos, pero me bajo aquí para terminar y digo que Wenceslao Vargas Márquez tiene una interesante manera de escribir historias. Cada uno de los cuentos sorprende por la filigrana de la técnica cuentística, de la atmósfera singular que envuelve a los personajes, de sus desenlaces inesperados, de la inventiva de la cual echa mano para compartirnos sus historias.

Uno nunca sabe es un libro extraordinario, escrito por un profesor de matemáticas y de cálculo diferencial, que pocos han de conocerlo como escritor. Y qué bueno que sea maestro para que, a sus alumnos, les pueda transmitir ese ánimo por la escritura, la recreación literaria y el amor por la vida, que supongo, a Wenceslao le gusta también, aunque en este libro haya creado personajes violentos, crueles, sin moral, tal cuales existen en la realidad.

Sea bienvenido Uno nunca sabe y el autor al mundo literario del sur veracruzano.

Noviembre 29 del año 2011