domingo, 11 de marzo de 2012

EN TORNO AL LIBRO LA SAL DE LA VIDA



Esther Mandujano





El poeta es un ser vulnerable que muestra la desnudez de sus miedos, de sus sueños, de su llanto, sin recato, sin retorno, a través del poema; como si tal valentía le permitiera, al identificarse con sus lectores, liberar un poco de ese caudal de sentimientos acumulados en el alma y que, “… vino dando tumbos de generación en generación, noche a noche, de beso en beso, de amor en amor, descendiendo por arterias y testículos hasta llegar en un viaje nocturno…” como dijera Gabriel García Márquez en su relato La otra costilla de la muerte, de Ojos de Perro azul.


El poeta nace con los sentidos afinados, perfilados, abiertos en canal para ver, oír, oler, tocar, degustar lo que la mayoría de las personas, tal vez por por fortuna no pueden. Como si sus nervios-antenas (Francis Mestries “Comalcalco”, 2010 ), tensados, expuestos, pudieran percibir la realidad con una lupa y producir las mas dulces armonías o los más disonantes acordes de dolor para expresar la dicha, el amor o la agonía.


El poeta es un ser atormentado, igual que los personaje de El perfume de Suskind, Jean Baptiste-Grenoville, o que Roderick Usher, del cuento, la Caída de la casa Usher, de Edgar Allan Poe, atormentados por sus dones.


Samuel es un poeta y no fue su elección, nació poeta. Pero además traía en el corazón “un perro enloquecido” como describe Efraín Huerta en su poema “Los hombres del Alba”, se aferró a su voz interna, a su necesidad de esgrimir el poema para comprender el mundo. Estudió filosofía y letras, contra viento y marea, navegando entre dos aguas, en las turbulentas aguas de un entorno no siempre amable y en las conocidas aguas de la literatura a las que siempre ha pertenecido.


Escuché hablar de Samuel cuando yo tenía apenas 15 años y vivía en este Puerto añorado y amado. Él por entonces había ganado los juegos florales de la feria y nuestro amigo común el poeta “Huarichi” me invitó a leerlo. Usaba un seudónimo, Manuel Álvarez. Mucho tiempo pensé que eran dos personas distintas. Pasaron varios años hasta conocerlo personalmente. Sin embargo, en esa primera lectura me sorprendió, reconocí la exquisita sensibilidad de un gran artista. Eran los ochenta y su lenguaje sonaba novedoso, diferente a la poesía local apegada a los cánones clásicos, románticos o modernistas. La poesía de Samuel era distinta, me gustó el talante con que acometía el poema, sin miedo, sin precauciones, la manera en que remataba cada texto, sorpresivo, vital, contundente, provocador, cualidades que no ha perdido con el paso de los años.


Alguna vez supe de él cuando andaba en los altos de Chiapas, con pasamontañas en vez de yelmo y la pluma en ristre, trasmitiendo los correos del subcomandante Marcos que para esas fechas creíamos portador del anhelo de muchos de una vida mas justa para los antiguos mexicanos que siguen sobreviviendo por encima de nuestros mediocres sueños. Nosotros que no distinguimos las fases de la luna ni las cualidades de las estaciones, ni los aromas del otoño, ni el sonido con que los pájaros, ángeles a nuestro alcance, pulsan las cuerdas de los atardeceres. Porque ¡ay¡ somos sordos, y los ciegos asustados de la novela de Saramago.


Pasó tiempo para un encuentro personal con Samuel, de hecho tendrá un par de años que lo conocí y debo decir lo grato para mí de este encuentro.


Es un hombre efectivamente de una sensibilidad exquisita, gentil y además de esa fuerza manifiesta en sus textos hay en su personalidad poética, una ternura que se filtra en el verso cuando habla con añoranza de la mujer amada, del dolor de la perdida.


Reconozco y admiro su trabajo permanente de difusión del texto literario, no solo el propio sino de otros poetas y escritores del Istmo.


“La sal de la vida”, es una autoselección de poemas publicados de manera dispersa a lo largo de su vida literaria, según explica en el prólogo del libro. También, dice, “es el itinerario emocional de un poeta, que tarde se dio cuenta de que la vida sin sal no es, y con demasía, se echa a perder”. Sin embargo, tengo que apuntar, el sazón no suele ser la cualidad del poeta, el poeta suele salarse hasta las entrañas o en la simpleza de sus guisos ahogar la última lágrima para intentar destilar el sabor y de allí, de ese vacío o de esa profusión nace el poema.


Los poemas de la primera parte “Una luna sombría en otras bocas” hablan reiterativamente de la muerte.


“Morir como si no pesara


El dolor de tanta ausencia,


Sentirla suavemente


Como si fuera algodón…”






“La muerte es un pedazo de ternura,


Una luna sombría en otras bocas


Un acaso inesperado algún día.”






“La muerte, subida muerte


Azul mi muerte, lluviosa


Para lavar las penas


Los amores que no se hicieron,


El destino que soñé


Cuando mis uñas cambiaban


Cada primavera,


Cuando era el sueño, no la vida


Que hoy tengo y que se acaba.”






El poema es un instrumento de exploración, no necesariamente se encuentran las respuestas pero en la búsqueda hay una satisfacción intima por ensayar posibilidades, acercamientos a la verdad, no importa que tan lejos, que tan cerca, solo estar, sentir, ahondar.


“ La muerte es un hechizo


Que camina con la luna


Entre la niebla agreste.


El silencio que de improviso


Olea en las sienes del recuerdo.


La muerte es la luz que vive


En la oscura habitación


De la memoria.”






El poeta a veces también provoca para ver que se sucede, que se mueve en el alma:






“ En mí la muerte


Reconoce su territorio conquistado,


Pero hasta que no haya parque


Entregaré la plaza.”






“La muerte es un aguacero


Que inunda lo que abarca,


Un carnaval de silencio


Donde no se vale llorar


Hasta el día que nos toca.”






En la segunda parte, cuyo titulo da nombre al libro “La sal de la vida” el poeta se cuestiona sobre “el ser”. Indagando a través de las preguntas fundamentales, Quién soy, en el devenir del tiempo.


“ Uno es


La soledad, el desamor,


Aguamundo,


Diluvio de adioses inmemoriales,


Poeta de su tiempo,


Irrecuperable.”






“ Quiero nacer de un odio amoroso,


Pleno y vacío


De orgullo,


Ser otro en lo común,


Agua


Con sabor distinto pero agua,


Pasado y premonición


Del mismo instante


En que apago la luz


De mis dársenas oscuras,


Para que digan todos mis amigos


Que ahora fui


Y que no soy.”






“A cierta edad


Nadie tiene preocupaciones


Ni sobresaltos,


Como eso de que un día


Se nos desmorone


Todo lo construido.


Y nos parezcamos entonces


A los pozos vacíos,


Con los puros recuerdos del agua


Que antes nos inundaron.”






Los poetas se nutren de la inspiración de otros poetas y esto es natural. Entre más curiosidad, conocimiento y fascinación por la poesía, consiente o inconscientemente el poeta será poseído por los influjos preferidos de su alma. En su poesía podemos reconocer a algunos los maestros de la lírica hispana que han dejado huella en Samuel.


Se reconoce la voz de Federico García Lorca, en estos hermosos versos de “Mar de amor” donde Samuel hace vibrar la piel al ritmo de la música del poema amoroso “Deamar”.






“ Ven que te quiero viento


Humedecido, tempranero


Vente asilo a mi pecho


Guarecida entre mis ramas


Como una niña con miedo


Venamar, venteviento


Bajo la luna que chispa


Sobre las olas tu cuerpo


Ven que te quiero lumbre


Relámpago sobre lecho


Sombra de sueño en mis manos


Temblando como luceros.”






O tal vez Oliverio Girondo creador de uno de los poemas eróticos más bellos de la lengua hispana, el poema 12. Hay algo de él que nos recuerda este hermoso poema de Samuel, “letanía por Mariluna”






“Mira este amor que nace


Pepénalo


Áselo entre tus manos


Sucumbe con él


Tritúralo


En cenizas conviértelo


Rómpele la memoria


Desaparécelo


Que a partir de ahora


Muerto estoy


Y ellos no aman tanto.”






¿Qué duele más, el amor o el desamor? Ese viento de ausencia, ese olor a moho que sale de las habitaciones cuando el amor se ha ido hacia otra parte, ese sabor metálico en la boca, ese espejo sin nadie, ese rumor de hojas cayendo del otoño hasta dejar en plena desnudez al corazón, seco, crujiente de hojarasca, polvo que lleva el viento hacia ninguna parte.


Samuel, en “Prólogo a una sequía”, con un tono gris, llora con el lector la pérdida, grita la impotencia de volver a las playas doradas del romance, donde la luz alcanzaba todo lo que los ojos del amor tocaban. Pero cuando la canción se ha ido, ya no hay retorno.


Desde ese entonces


“Éramos un prontuario


Donde la vida empieza.


Un mundo distinto


Al rumor devenido.


La sequedad nos vino


Tan de repente,


Como un rayo flamígero


En la oscurana.


Desde ese entonces


Ya nunca fuimos.”






Hace tiempo cuando el silencio...


“ Hace tiempo


Vi como entró el tedio


Al tragaluz de la vida,


Y de cómo se nos hizo


Perdediza la esperanza.


No hablamos.


El silencio rentó una habitación


Y se puso a vivir entre nosotros.”


El lodazal de la memoria






Abrir el paraguas


Para que el agua no moje


Los caminos de amor


Que ya no andamos.


No es lo mojado lo que duele


En los páramos lluviosos,


Sino los pasados que bajan


Del lodazal de la memoria.






El poeta vive y trasmuta la vida, la infancia, la vejez y la muerte. Muere todas las muertes, vive todas las vidas, y como los personajes de Poe, o de Suskind, sus dones no siempre son una bendición. Con los sentidos abiertos en canal, siente en altavoz lo que lleva consigo la existencia, viaja en el tiempo y el espacio con su caudal de sensaciones.


La última parte de su libro “El oscuro palacio de la edad” habla de la muerte. Él, siendo aún joven, ya la ha visto pasar de cerca, tocar a amigos y seres amados. Sensible como es, artista como es, ha sido conmovido profundamente por la pérdida.


Leer a Samuel es pasear por la vida propia engarzando en la belleza cada sentimiento que la acompaña. Este nuevo libro ha sido escrito con el talante de un hombre lleno de energía creativa, de talento irrefutable. Una de las voces trascedentes del istmo, del sureste de México quien a través de sus obras sigue heredando un bagaje de belleza poética a las generaciones actuales y venideras.





“ Sin embargo, a veces soy igual que un niño, por eso escribo poemas todavía y pienso que ella vendrá algún día, para exigirme la ternura que olvidó conmigo. Afuera vuelve a llover y mis amigos ya se fueron. No sé que traigo adentro que cuando llueve me pongo triste. Eso me recuerda lo que un poeta dijo alguna vez: cuando llueve/ es que el cielo lubrica sus ojos/ y semeja a una mujer/ que llora su mal destino/ de no encontrar amor. Eso es lo que me pasa a mí. “

Casa de la cultura de Coatzacoalcos, ver. (15 de febrero de 2012)








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