domingo, 3 de noviembre de 2013

ANTES DEL OLVIDO







José Luis Ortega Vidal

I
La prisa, signo equívoco de los actuales tiempos, suele otorgar un espacio poco suficiente a la reflexión. A veces, incluso, la prisa es el elemento culposo de que las reflexiones se escondan en el rincón laberíntico de algún librero usado ha mucho tiempo y finalmente vuelto un adorno de la memoria, un homenaje inútil de algún encuentro fugaz con el quehacer intelectual o de un deseo marchito por vivir de lo que se piensa por pensar de lo que se vive, por escribir de lo que se piensa y se vive, por vivir para pensar y escribir, por vivir porque se piensa y se vive.
El cogito ergo sum, pues, vuelto ejercicio cotidiano en la cada vez más absurda y confusa sociedad capitalista de nuestro crepuscular siglo XX.
II
Pensé lo anterior luego de cerrar un libro de Julio Torri y vivir la frustración de no haber encontrado allí, una feliz definición sobre el olvido.
Habilidoso creador en el arte del aforismo, Torri seguramente hubiera sido un excelente poeta si los Hai Kus se hubiesen atravesado en su camino, o si Efráin Huerta le hubiese obsequiado alguno de sus célebres poemínimos. Pensador prolífico, generoso por breve, ateneísta de la juventud de los primeros días, los convulsos días del principio de siglo en México, Torri nos dejó diversas definiciones válidas para todo momento y circunstancia. Por ejemplo, en su obra De fusilamientos y otras narraciones, nos descubre a propósito del tema de la literatura.
"El novelista en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos, no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores".
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje, y la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al descubrir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural".
III
Y es que acudir al rincón laberíntico de un librero olvidado por la cotidianeidad, con el afán de buscar el apoyo de otros pensadores para pensar o repensar alguna obra creativa, no es cosa fácil en los actuales tiempos de la prisa, vuelta sistema vigente de vida.
Convulsa realidad ésta, poco dada a la reflexión. Y por supuesto, convulsa realidad ésta, poco dada también a la creación.
Quien sabe por qué, pero en la sociedad de fin de siglo, por lo menos en la sociedad inmediata que nos rodea, cada vez más los creadores se convierten en el Gregorio Samsa de Franz Kafka.
No me refiero, desde luego, al sentido existencial del personaje principal en La Metamorfosis
Ni me refiero a su profundo sentido de cuestionamiento sobre el orden social que todo lo vuelve basura, deshecho que nos acorrala y termina por devorarnos, por metamorfosearnos, por convertirnos en un escarabajo que concluye en el peor destino a que puede arribar un ser al que se ha modificado de tal manera la de ser asumido como tal, es decir la condición de ser visto por sus congéneres como un escarabajo, es decir, la condición de ver eliminada y devorada su propia naturaleza, al grado de no tener más camino que la muerte para poder continuar presente en este mundo.
Creo que Franz Kafka, en su obra, en buena medida se refiere justamente al olvido. Gregorio Samsa no muere cuando se vuelve en escarabajo. Gregorio Samsa muere cuando es olvidado por quienes lo rodean, por quienes eliminan así su condición humana y lo condenan primero a asumirse como un estricto escarabajo, y luego lo orillan a la muerte, le exigen la muerte para poder olvidarlo.
A este hombre kafkian, la sociedad lo vuelve escarabajo, y luego la sociedad lo olvida como ser humano, y luego esa misma sociedad, le exige que muera para terminar de olvidarlo, ya no como humano, sino como escarabajo.
Es más, para recordarlo como ser humano, le exigen la muerte. Es espantoso. Es una muerte espantosa. Es un olvido abominable. Y a eso me refería yo cuando atendía líneas atrás la obra maestra del escritor alemán, su obra, en cierto sentido es un coraje contra el olvido.
Es una invitación a no olvidar.
Y me refería a ello a partir de que en la sociedad actual, tan de prisa, tan dada a la no reflexión, los creadores, los reflexionadores, son especímenes raros como el Gregorio Samsa que se convierte en escarabajo, aunque para nuestra fortuna, desde luego que los pocos hombres creadores, los pocos hombres reflexionadores sobre las condiciones de los hombres, los pocos poetas que nos sobreviven, representan justamente la antítesis de la circunstancia kafkiana, son dadores de vida, son generadores de conciencia.
Los poetas nos permiten llegar al estado de alerta.
Los poetas nos escriben las crónicas para que algún día nos acordemos.
¿Qué pensar entonces de un momento como el actual?
¿Qué decir de un feliz encuentro como éste, provocado por un hombre creador como Samuel Pérez García?
Lo único que se me ocurre es ofrecer un agradecimiento a quien ha osado sacarnos del marasmo de nuestra poco reflexiva cotidianeidad y nos ha provocado no sólo a pensar, sino a recordar, a evocar, a sentir, a palpitar y lo más importante a encontrarnos alrededor de 27 narraciones y una advertencia, seis poemas y una dedicatoria que conforman su última obra literaria, surgida y llamada así Antes del olvido.
Qué generoso éste, del poeta.
Uno no puede decir menos que gracias cuando se le provoca a pensar. Cuando se le invita a no olvidar.
Desde mi particular opinión, sólo por este sentido provocativo, nada más por esta tarea de homenaje a la memoria, la obra literaria que no ha traído a este recinto cultural, ha cumplido ya su cometido de toda obra artística: aportar elementos para que los hombres seamos mejores hombres.
Por lo que hace al sentido literario, la obra me ha parecido un catálogo notable de breves narraciones, en las que el lector puede sostener un feliz encuentro con el ejercicio epistolar, lo mismo que con el quehacer cuentístico y desde luego con la tarea periodística.
Cómo distinguir una carta de una crónica, como saber si se está ante un cuento y no ante una confesión personal que pretende convertirse en un ejemplo, con el afán de no olvidar.
Ciertamente resulta difícil el objetivo, cuando las fronteras entre las estructuras de una y otra escritura son muy fáciles de saltar y cuando el autor, de entrada, nos ha advertido que abordemos el trabajo bajo una limitante: la de evitar su entendimiento como una confesión personal.
No soy yo, dice el autor, quien está ahí.
En todo caso, se aprecia, son mis ideas.
Al respecto, difiero, aunque termino en un intento por entender al escritor.
Me queda la impresión de que este libro, Antes del olvido, es un libro sumamente personal y en ese sentido sí es a Samuel Pérez García a quien conocemos al leerlo.
Asimismo, lo he leído en una sentada y me parece que es un libro con un buen número de aciertos entre los que sobresale el hilo conductor de la vivencia transmitida, con un notable agilidad que de pronto, en algunos momentos, hace difícil distinguir dónde está la ficción y dónde está la realidad, aunque en ocasiones, también la distinción es particularmente obvia.
Debo decir también, que en mi opinión el libro tiene algunos defectos y no me refiero a la una u otra travesura que los duendes editoriales lanzaron en algunas páginas, sino al hecho de haber mezclado temas tan disímiles y escabrosos cuya ligereza de pronto los coloca ente el riesgo panfletario.
Me refiero al amor y la política.
Quien haya leído a Milan Kundera y su Insoportable levedad del ser, tal vez esté de cuerdo en que las fórmulas donde se mezclan amores carnales y desamores políticos, o viceversa, corren a menudo ese riesgo, el de acabar no siendo un acercamiento serio al amor, y al mismo tiempo, acabar no siendo un acercamiento serio a la circunstancia social.
Desde luego que el quehacer artístico es infinito y en ese sentido no se pueden marcar límites de ninguna naturaleza.
Creo sin embargo, que algunos caminos dentro de ese quehacer son particularmente difíciles y cuando se les aborda se corren riesgos.
Aquí, en el libro que nos ocupa, creo que se corrió ese riesgo y si bien en términos generales se sacó avante el intento, en algún momento el lector, al menos por lo que a mí toca, se queda con la sensación de que el camino no era por ahí.
Cuando hablé de los géneros que uno puede encontrar en esta obra, omití a propósito la inclusión del género poético.
Hay, ya lo cité en un inicio, seis poemas incluidos en la obra. Son breves todos, alguno hasta se antoja incompleto. Los versos no obstante, son claros, diáfanos, contundentes. A mí no me cabe la menor duda: Samuel Pérez García es poeta. Y además, un buen poeta. Tanto que el poeta le gana al narrador. En la poesía no se aprecia el más mínimo riesgo de absolutamente nada. Eso que uno lee ahí es poesía y ya. La buena o mala poesía dícese por ahí, no existe. Hay poesía o no hay poesía. Y aquí la hay.
Hay que decir, además, que el encuentro con la poesía, en diversos momentos opera como un final feliz de una historia amorosa y en otros momentos es una adecuado descanso para las partes de mayor espesura del trabajo en su conjunto.
A título particular, puedo decir que en mi opinión el quehacer artístico cumple distintas funciones y todas ellas son de igual importancia. Una de ellas la constituye el goce. Básicamente el goce estético. Goce que no necesariamente se tiene que dar a través de lo bello. A veces, incluso, el goce viene del divertimento. Simple y llanamente del divertimento.
Antes del olvido. Crónica para que un día nos acordemos, me parece que en este sentido, es una obra que tiene un nuevo acierto. Es una obra que se goza. Yo, al menos, la gocé y a partir de ello, creo que debo un nuevo agradecimiento al autor. Hacia un tiempo que no gozaba leyendo un buen libro. Enhorabuena.

LA POESIA DE SAMUEL PEREZ GARCÍA




Rubén De Leo Martínez.

  
1.PRESENTACION

A cada uno de nosotros llega el recuento de la vida. Al poeta filósofo Samuel Pérez García fue tempranísimo en La Sal de la Vida, poemario de reminiscencias amorosas, del enfrentamiento a la muerte, pero de enorme revelación de vuelo.

Editado bajo el sello Temoayán, en recuerdo de nuestro mítico lugar llamado Temoyo, aquí en Acayucan, La Sal de la Vida viene a darle sabor a la poesía de la región del sur veracruzano, sotaveño e istmeño también.


2.CORAZONADA

En este libro de poemas seleccionados –escritos en distintos momentos- el vértigo tempo no da cabida a la vaciedad; por el contrario, hay una especie de saciedad temática que el propio autor descubre a lo largo de su trayectoria poética. En ese devenir degusta el sabor marino como condimento a su existencia humana, pero también a su condición bárdica.

“¿Qué querrá decir?”, me fustigará en este momento con su mirada. Quiero expresarle a Samuel que ha dado el paso que todo poeta maduro da en un momento  de redescubrimiento: abandona su vieja vestidura para revestirse de la verdadera esencia poética: el vuelo. Lo terrenal por tiempo es su impulso, no  mero pretexto, si no que, en su intuición poética –avasallada por el razonamiento filosófico y su  desbocamiento por la vida- transciende a lo etéreo no como mística ni metafísica, sino como poeta de altos vuelos. El inicio del poemario es contundente esta tesis: una luna sombría en otras bocas, es el viaje confrontado, al que todos emprenderemos un día.

De no tener vuelo el poeta, no habría palabra, señala María Zambrano en su famoso ensayo Filosofía y Poesía.


3.LA VIDA ES ASÍ


De este modo, es la enunciación y anunciación de la palabra  la que marca su andar poético en ese devenir muchas veces errante y otras, en la zozobra del naufragio, como pasar estrechos con los riesgos del encalle. La imagen de la sal no es gratuita, su evocación marina la enuncia, muchas veces implícitas en versos de contundencia órfica, presente también en el apartado La sal de la Vida y propiamente en Mal de amor. En Carta para Liyena, es contundente: oteo el mundo antes de levantar el vuelo.  

Sabedor de su oficio  campea en las batallas que pierde la filosofía con la poesía, viejas discordias en la que la segunda es confinada a ser errante, y es ahí, en esa condenación platónica, en la que se sitia el poeta, muchas veces para padecer el síndrome de Sísifo, y otras,  la enfermedad de Ícar Para todo vuelo es preciso reptar, como las aves que evolucionaron del reptil. Es en la tierra donde el poeta se prepara para el aire y es ahí el escenario de sus padecimientos. Como ser terrenal goza de ese espacio porque fue dado a su andar diario para su propia humanidad que deberá trascender en cierta momento de lucidez, de, iluminación, como lo hicieron  Petrarca, Milton, Rimbaud,  Alghiere o el propio Huidobro. Poetas que antes del vuelo condescendieron.

En esa esfera trascendida es  donde el poeta trastoca su propia esencia humana para emprender vuelos altísimos en la que poesía se manifiesta en estados lumínicos revelados por cierta gracia de divinidad, no olvidemos a Vicente Huidobro en sus planteamientos del creacionismo literario. O Goethe,en Poesía y Verdad.  

Si en La República Platón condena a la poesía, la también filósofa Zambrano la contempla infierno. Para un cierto estado de gracia, de salvación en el desdoblamiento, en la recreación del yo interior poético, el poeta debe descender antes del vuelo y después de él. Artaud Rimbaud es un vivo ejemplo, vasta leer Iluminaciones.

 En la poesía de Samuel Pérez García, aquí brevemente reunida, hay esa acción poética acicalada por la experiencia vital, recreada en la escritura y re inventada en el goce lector, como ustedes mismos descubrirán en cada una de estas páginas.

CONCLUSIONES

Emprender el vuelo es también irse en la búsqueda de la armonía, a través de la palabra cantada. No es gratuito pues esa intuición poética la del vate acompañarse por cuerdas, aquí tañidas por el músico       
El poema Deamar es un claro ejemplo. Pero esperemos el turno del poeta para su lectura.

Para levantar vuelos, el poetas sabe tanto de alas como primero de piso, terreno, pues el impulso, de ahí sus antiquísimos poemas telúricos y muchos de agua en su doble significación poética por no sugerir el encarne para un ser terrenal.

¿Pero es el cuerpo femenino una plataforma para alzar el vuelo, en cierta forma amorosa, aunque después desamada? En esos viajes del cuerpo está la búsqueda poética de Samuel, tacita en estos versos:

Altísimo como soy
He bajado a mirar las estrellas,
Con las manos abiertas
A mirar las señales
Que en mi rostro
Los años dejaron,
A contarme las penas como un rosario.

Es la nostalgia del amor ido, del río de la vida que fluye y va a la mar a espesar la sal. Es el descender como la propia lluvia en su ciclo, muy propio también de la naturaleza humana, padecida múltiplemente por la condición poética.

Levísimo cuerpo de mujer
Que mira
En ningún ojo del mundo
La ternura.

Completamente terrenal es esa levedad del amor poseído, de la misma vida que se va, tan volátil.

Pero todo vuelo lleva temblor, sostiene su trasmundo, desciende para abrevar en prístinas aguas donde se apacigua la sed de amor y ternura, del saber amar y ser desamado, cruento. Todos los hombres tienen por naturaleza deseo de saber, dice Aristóteles al comienzo de su Metafísica. A través de la filosofía hay ciertos  indicios de vuelos altos. Para ello, los giros al remontarse, como los nopos también para descender al festín.

Con Una luna sombría en otras bocas, inteligentemente estructurada al inicio del libro, Samuel Pérez García ha trazado su propio plan de vuelo: La Sal de la Vida es uno de ellos, con voz propia, madura de toda poesía. Gracias.



Acayucan, Veracruz, marzo del doce.

*Texto leído durante la presentación del libro La Sal de la Vida, de Samuel Pérez García.










  

jueves, 24 de octubre de 2013

Brazos de Sol - Alejandro Filio

LOS POETAS SOMOS COMO LAS BAILARINAS


Samuel Pérez García


Éstas para sobrevivir, no dudan en desnudarse y dejar que otros ojos las admiren o las denigren. Cuando lo hacen, van aventando sus prendas, en espera de que los hombres las atrapen  para que él sea quien se las ponga. Los hombres las admiran; las esposas las desprecian.
Los poetas, para vivir, van como en cámara lenta, aventando sus penas sin el menor pudor. Pero no venden su cuerpo, aunque sí, el alma, porque cada poema lleva algo de ellos que se descubre, si se sabe leer eso que el poema tiene. Y al igual que las bailarinas, también son admirados, pero también denigrados. Unos los quieren, pero otros los desprecian.
Contrario a las bailarinas, los poetas se mueren de hambre, porque los poemas no tienen el precio que posee un cuerpo joven y escultural. Incluso, aunque el poeta fuera femenino.
Así, pues, en el mercado vale más una bailarina que un poeta.
Este desequilibrio mercadotécnico se da, porque para la mayoría de la población, la poesía no existe. Acostumbrados a sentir y pensar cuadradamente, la gente prefiere alimento para el cuerpo, y no para el alma. La mercancía de los poetas es etérea, goce intelectual, ánimo para el corazón de los hombres y mujeres que saben apreciarla.
Las bailarinas, antes de bailar para la concurrencia, entran al escenario con ropajes que le cubren todo el cuerpo. Al ritmo de la música, se irán despojando de ellos, hasta quedarse sin ninguna prenda. El chiste de su baile no es la música ni el ritmo que le imprima, sino el cuerpo desnudo que hará suspirar a la clientela.
Los poetas, casi proceden igual. Pero tienen su diferencia. Antes de subir al escenario escriben un libro, y al ritmo de la propia euforia que genera su egolatría, da lectura a sus poemas. Simbólicamente, cada poema es la ropa que se va quitando y que el poeta avienta al respetable. Al proceder así, se emparente con la bailarina. Cada poema es una prenda que el poeta se despoja. Pero mientras que la bailarina muestra a la clientela su sexualidad a toda asta; el poeta muestra su sensibilidad hasta decir basta. Pero ahí donde aquella engancha el aplauso y los billetes, el poeta encuentra muchos menosprecios.
Debido a estos últimos, el poeta teme a que lo tilden de loco. Por eso nunca arma su fiesta solo. Siempre se busca dos o tres padrinos, es decir, sus presentadores. Con ellos se llena de valor y acepta dar a conocer públicamente su trabajo. Cuando eso sucede, el poeta sabe si ha pasado la primera prueba. Que generalmente siempre ocurre bien. El se cuida que al evento solo llegue su familia y sus amigos. Eso hace una diferencia enorme entre la bailarina y el poeta: aquella, a los que menos invita es a los amigos, porque éstos siempre buscan el cachuchazo, y ella lo que quiere es clientela que la arrope.
No obstante, pese al menosprecio generalizado del poeta. Éste se  cree un ser distinto. Lo cree porque usa un lenguaje propio a la cofradía de locos a la cual pertenece. A través de ese lenguaje, crea emociones que son como un toloache para los enamorados, o aquellos que sufren una pena profunda.
La bailarina no tiene ese lenguaje, pero sí el que su cuerpo despide. Ese es su veneno. Frente a la pasión intelectual que el poeta genera en el alma; ellas son una veta de pasión sensual que vende al mejor postor. La pasión de ellas encandila al más reacio. La emoción que el poeta genera difícilmente podría conseguir los pesos  que ella en una noche conquista.
Por eso, ser poeta es lo más triste que hay en la vida. Las niñas cuando lo son, admiran a las bailarinas, pero no a los poetas. Y si a uno se le ocurre decirle a su padre, que de grande le gustaría ser poeta, el papá se queda zombi. Uno tiene el derecho de formarse en cualquier profesión u oficio, pero nunca de poeta, salvo que quiera morirse de hambre y mostrar sus penas al mundo, igual como las bailarinas del table dance o como yo haré en esta noche. Y la verdad, sinceramente, para eso  de la poesía hay que tener mucho valor. Pues no es fácil mostrar las penas al mundo. En cambio, la bailarina muestra su pubis al mundo sin presentar rubor.
Y si me lo permite, me voy al Caballo Blanco o al de Lola, no por la poesía, sino por la bailarina que he de encontrarme ahí. 


DESE0


TRILLADO DE AMOR POR TI



EN ESTE UNIVERSO NO EXISTEN MÁS QUE DOS


miércoles, 1 de mayo de 2013

UN DISPARO A LA MEMORIA





Es un libro de crónica, pero  enfocado autobiográficamente. Es un retrato bastante subjetivo de lo que a mí me pareció la ciudad pequeña llamada Puerto México en los años sesenta, cuando mi madre me trajo para acá, creyendo encontrar su tierra prometida.
Es un libro personalísimo, amable, que quiso usar a la literatura como vía de transmisión, desechando las normas de la investigación histórica. No porque esta sea exigente y no conozca los criterios para escribirla, sino porque simplemente, escribir un libro de Historia social, cultural y política del puerto, llevaría varios años y se usarían muchos recursos y estrategias de investigación, no disponibles siempre.
¿Pero entonces la literatura es sencilla? Tampoco. Sólo que los guerreros combaten ahí donde es posible salir airoso, y no donde estén en desventaja. Por eso escribí este libro de crónica literaria sobre lo que era la ciudad de mi infancia: los años sesenta, setenta y parte de los ochenta del siglo XX. La literatura es mi modo habitual de comunicación, y por eso apelo a ella cuando comunicarme quiero.
En la primera parte expongo desde mi perspectiva muy personal lo que fui descubriendo de la ciudad de arenero candente, amplias avenidas y ventiscas inesperadas. Los juegos a las escondidas en la calle Lerdo, las ilusiones amorosas en la escuela primara Vicente Guerrero, historias de aquel pinar que estaba por el derruido estadio Miguel Hidalgo, las anécdotas que como chavales vivimos cuando de conocer mujeres se trataba. De la playa vieja y sus enramadas, de las casas comerciales que había en el centro. Puerto México era una ciudad apacible, multicultural y bilingüe pero monolítica si de política se trataba.
Era una ciudad donde todo se podía conseguir, menos la silla de la presidencia municipal. Esa estaba reservada para el grupo de Amadeo González Caballero. Personero político tras el poder, como hoy alguien quiere ser desde las altas esferas del poder estatal.
Parte de mi niñez la crecí en la colonia Esfuerzo de los Hermanos del Trabajo, en el callejón Z-1, lugar desde donde veía el tren que llegaba y partía. A mis seis años, el tren era una especie de caballo  negro que belfeaba y silbaba y dejó su recuerdo en mi memoria. También los árboles frondosos y el olor a azufre o de otros aromas por las aguas cenagosas que abundaban.
Después me regresaron a mi pueblo natal La Blanca. Un pueblito rústico, desolado, con poca gente, pero con un frío que helaba cuando el viento  que bajaba de la sierra Chimalapas, se hacía presente. Para 1963 llego de nuevo al puerto y ya desarrollada la conciencia, voy asimilando todo lo que en mi rededor va sucediendo. De eso escribo, de lo que en mí acontecía y lo que el paisaje urbano me ofrecía. Uso a la memoria para ello, pero también el auxilio de otros informantes que me dieron un dato, una idea, un sentir. A ellos les agradezco su contribución para la realización de esta crónica.
En la segunda parte, describo a personajes que van y vienen, que pasaron junto a mí, pero en aquella época no les di importancia. Sin embargo, cuando el propósito de un libro de esta naturaleza me quedó claro: regresé el casete de la memoria y ésta, perezosa a veces, iluminada otras, me condujo a retratar a esos personajes que conocí en las calles de vieja ciudad de Puerto México. Son personajes sencillos, que ni siquiera imaginaron que un día, alguien los rescataría del olvido e imprimiría su nombre en un libro:
Triángulo, Caballo blanco, Cucaracho, Carola, Yukumba, El Ruso, Mano Negra, Aleleluya, el Padre Panchito, el restaurant Kon Tiki, las edecanes marineras, y hasta las gitanas que con su lectura de la mano incautaban el dinero a quien se dejara. De estos   personajes que fueron constituyendo el paisaje urbano que me tocó vivir en los años sesenta y setenta es de lo que hablo en este libro.
La tercera parte son historias de amor furtivas que tienen como escenario al viejo Puerto México. Y no es necesario contar aquí. Ya ustedes tendrán tiempo de leerlo y ponerse a pensar, de qué modo van a contar las propias, porque es seguro que también estén llenos de esas historias que aquí  recreo
En la cuarta parte del libro toco a otros tipos de personajes: les llamo personajes no sublimes como para decir que fueron sencillos como un anillo o como un saludo. A varios no los traté, pero lo vi andar y reandar las viejas calles del Puerto. Los incluyo aquí con el ánimo de dar a entender que la vida de un ciudadano, por más simple que sea, vale mucho, según dijera José Ortega y Gasset, pero también porque ellos tenían el destino de que al morir, sin saberlo, alguien recuperaría parte de su historia personal y lo pondría al mundo como una ofrenda para decir, que el significado de vivir, no se descubre al morir, sino cuando alguien es capaz de comprender el papel de la existencia misma, y en honor a esa interpretación, se pone a recuperar lo que se fue y la plasma en un libro. Como dice Samuel Arriarán: La memoria no abarca solo a los vivos, sino también a los muertos. Existe necesidad de no olvidar a quienes murieron. Eso es lo que hice. Recuperar a los que se fueron para que sigan existiendo.
Así fue como escribo algo de la historia de muchos de los que aquí existieron: Javier Juárez Vázquez, Ramón Figuerola, Desiderio Cadena, Samuel Ibarra, Humberto Burguete, Francisco Morosini, Roberto Bencomo, Milko Galarza, Abelardo Figueroa, Rodolfo Castro Arana, Carlos Alemán, Armando de la Maza, Mario Andrés Flores, Mario Ledesma, Rafael Berzunza, María Fernanda y Juan Pamucé. Cada uno de ellos contribuyó en algo a la ciudad de antaño: un poema, un libro, o simplemente una muerte violenta y repentina que quedó en la memoria de muchos, que también ya murieron y por eso la necesidad de darlos a conocer a la nueva generación que viene empujando duro. Los llamé personajes no sublimes, porque la gran mayoría de la gente piensa que solo valen los que alcanzan la celebridad y no quienes andan en el trajín de ir y venir todos los días. Que solo valen aquellos que pudieron estar en la lista de Forbes como dueño de muchos millones. En mi personal parecer y acudiendo en apoyo José Ortega Y Gasset repito que no hay vidas despreciables o sublimes, pues para cada quien la suya es más admirable.
De esto es lo que trata el libro. Un regreso hacia el pasado. Un caminar por las calle4s arenosas y candentes de la ciudad, el Puerto México antiguo donde pasé una parte de mi infancia.

A UNA MUJER EN EL FEIS


domingo, 17 de febrero de 2013