miércoles, 1 de mayo de 2013

UN DISPARO A LA MEMORIA





Es un libro de crónica, pero  enfocado autobiográficamente. Es un retrato bastante subjetivo de lo que a mí me pareció la ciudad pequeña llamada Puerto México en los años sesenta, cuando mi madre me trajo para acá, creyendo encontrar su tierra prometida.
Es un libro personalísimo, amable, que quiso usar a la literatura como vía de transmisión, desechando las normas de la investigación histórica. No porque esta sea exigente y no conozca los criterios para escribirla, sino porque simplemente, escribir un libro de Historia social, cultural y política del puerto, llevaría varios años y se usarían muchos recursos y estrategias de investigación, no disponibles siempre.
¿Pero entonces la literatura es sencilla? Tampoco. Sólo que los guerreros combaten ahí donde es posible salir airoso, y no donde estén en desventaja. Por eso escribí este libro de crónica literaria sobre lo que era la ciudad de mi infancia: los años sesenta, setenta y parte de los ochenta del siglo XX. La literatura es mi modo habitual de comunicación, y por eso apelo a ella cuando comunicarme quiero.
En la primera parte expongo desde mi perspectiva muy personal lo que fui descubriendo de la ciudad de arenero candente, amplias avenidas y ventiscas inesperadas. Los juegos a las escondidas en la calle Lerdo, las ilusiones amorosas en la escuela primara Vicente Guerrero, historias de aquel pinar que estaba por el derruido estadio Miguel Hidalgo, las anécdotas que como chavales vivimos cuando de conocer mujeres se trataba. De la playa vieja y sus enramadas, de las casas comerciales que había en el centro. Puerto México era una ciudad apacible, multicultural y bilingüe pero monolítica si de política se trataba.
Era una ciudad donde todo se podía conseguir, menos la silla de la presidencia municipal. Esa estaba reservada para el grupo de Amadeo González Caballero. Personero político tras el poder, como hoy alguien quiere ser desde las altas esferas del poder estatal.
Parte de mi niñez la crecí en la colonia Esfuerzo de los Hermanos del Trabajo, en el callejón Z-1, lugar desde donde veía el tren que llegaba y partía. A mis seis años, el tren era una especie de caballo  negro que belfeaba y silbaba y dejó su recuerdo en mi memoria. También los árboles frondosos y el olor a azufre o de otros aromas por las aguas cenagosas que abundaban.
Después me regresaron a mi pueblo natal La Blanca. Un pueblito rústico, desolado, con poca gente, pero con un frío que helaba cuando el viento  que bajaba de la sierra Chimalapas, se hacía presente. Para 1963 llego de nuevo al puerto y ya desarrollada la conciencia, voy asimilando todo lo que en mi rededor va sucediendo. De eso escribo, de lo que en mí acontecía y lo que el paisaje urbano me ofrecía. Uso a la memoria para ello, pero también el auxilio de otros informantes que me dieron un dato, una idea, un sentir. A ellos les agradezco su contribución para la realización de esta crónica.
En la segunda parte, describo a personajes que van y vienen, que pasaron junto a mí, pero en aquella época no les di importancia. Sin embargo, cuando el propósito de un libro de esta naturaleza me quedó claro: regresé el casete de la memoria y ésta, perezosa a veces, iluminada otras, me condujo a retratar a esos personajes que conocí en las calles de vieja ciudad de Puerto México. Son personajes sencillos, que ni siquiera imaginaron que un día, alguien los rescataría del olvido e imprimiría su nombre en un libro:
Triángulo, Caballo blanco, Cucaracho, Carola, Yukumba, El Ruso, Mano Negra, Aleleluya, el Padre Panchito, el restaurant Kon Tiki, las edecanes marineras, y hasta las gitanas que con su lectura de la mano incautaban el dinero a quien se dejara. De estos   personajes que fueron constituyendo el paisaje urbano que me tocó vivir en los años sesenta y setenta es de lo que hablo en este libro.
La tercera parte son historias de amor furtivas que tienen como escenario al viejo Puerto México. Y no es necesario contar aquí. Ya ustedes tendrán tiempo de leerlo y ponerse a pensar, de qué modo van a contar las propias, porque es seguro que también estén llenos de esas historias que aquí  recreo
En la cuarta parte del libro toco a otros tipos de personajes: les llamo personajes no sublimes como para decir que fueron sencillos como un anillo o como un saludo. A varios no los traté, pero lo vi andar y reandar las viejas calles del Puerto. Los incluyo aquí con el ánimo de dar a entender que la vida de un ciudadano, por más simple que sea, vale mucho, según dijera José Ortega y Gasset, pero también porque ellos tenían el destino de que al morir, sin saberlo, alguien recuperaría parte de su historia personal y lo pondría al mundo como una ofrenda para decir, que el significado de vivir, no se descubre al morir, sino cuando alguien es capaz de comprender el papel de la existencia misma, y en honor a esa interpretación, se pone a recuperar lo que se fue y la plasma en un libro. Como dice Samuel Arriarán: La memoria no abarca solo a los vivos, sino también a los muertos. Existe necesidad de no olvidar a quienes murieron. Eso es lo que hice. Recuperar a los que se fueron para que sigan existiendo.
Así fue como escribo algo de la historia de muchos de los que aquí existieron: Javier Juárez Vázquez, Ramón Figuerola, Desiderio Cadena, Samuel Ibarra, Humberto Burguete, Francisco Morosini, Roberto Bencomo, Milko Galarza, Abelardo Figueroa, Rodolfo Castro Arana, Carlos Alemán, Armando de la Maza, Mario Andrés Flores, Mario Ledesma, Rafael Berzunza, María Fernanda y Juan Pamucé. Cada uno de ellos contribuyó en algo a la ciudad de antaño: un poema, un libro, o simplemente una muerte violenta y repentina que quedó en la memoria de muchos, que también ya murieron y por eso la necesidad de darlos a conocer a la nueva generación que viene empujando duro. Los llamé personajes no sublimes, porque la gran mayoría de la gente piensa que solo valen los que alcanzan la celebridad y no quienes andan en el trajín de ir y venir todos los días. Que solo valen aquellos que pudieron estar en la lista de Forbes como dueño de muchos millones. En mi personal parecer y acudiendo en apoyo José Ortega Y Gasset repito que no hay vidas despreciables o sublimes, pues para cada quien la suya es más admirable.
De esto es lo que trata el libro. Un regreso hacia el pasado. Un caminar por las calle4s arenosas y candentes de la ciudad, el Puerto México antiguo donde pasé una parte de mi infancia.

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