domingo, 3 de noviembre de 2013

ANTES DEL OLVIDO







José Luis Ortega Vidal

I
La prisa, signo equívoco de los actuales tiempos, suele otorgar un espacio poco suficiente a la reflexión. A veces, incluso, la prisa es el elemento culposo de que las reflexiones se escondan en el rincón laberíntico de algún librero usado ha mucho tiempo y finalmente vuelto un adorno de la memoria, un homenaje inútil de algún encuentro fugaz con el quehacer intelectual o de un deseo marchito por vivir de lo que se piensa por pensar de lo que se vive, por escribir de lo que se piensa y se vive, por vivir para pensar y escribir, por vivir porque se piensa y se vive.
El cogito ergo sum, pues, vuelto ejercicio cotidiano en la cada vez más absurda y confusa sociedad capitalista de nuestro crepuscular siglo XX.
II
Pensé lo anterior luego de cerrar un libro de Julio Torri y vivir la frustración de no haber encontrado allí, una feliz definición sobre el olvido.
Habilidoso creador en el arte del aforismo, Torri seguramente hubiera sido un excelente poeta si los Hai Kus se hubiesen atravesado en su camino, o si Efráin Huerta le hubiese obsequiado alguno de sus célebres poemínimos. Pensador prolífico, generoso por breve, ateneísta de la juventud de los primeros días, los convulsos días del principio de siglo en México, Torri nos dejó diversas definiciones válidas para todo momento y circunstancia. Por ejemplo, en su obra De fusilamientos y otras narraciones, nos descubre a propósito del tema de la literatura.
"El novelista en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos, no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores".
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje, y la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al descubrir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural".
III
Y es que acudir al rincón laberíntico de un librero olvidado por la cotidianeidad, con el afán de buscar el apoyo de otros pensadores para pensar o repensar alguna obra creativa, no es cosa fácil en los actuales tiempos de la prisa, vuelta sistema vigente de vida.
Convulsa realidad ésta, poco dada a la reflexión. Y por supuesto, convulsa realidad ésta, poco dada también a la creación.
Quien sabe por qué, pero en la sociedad de fin de siglo, por lo menos en la sociedad inmediata que nos rodea, cada vez más los creadores se convierten en el Gregorio Samsa de Franz Kafka.
No me refiero, desde luego, al sentido existencial del personaje principal en La Metamorfosis
Ni me refiero a su profundo sentido de cuestionamiento sobre el orden social que todo lo vuelve basura, deshecho que nos acorrala y termina por devorarnos, por metamorfosearnos, por convertirnos en un escarabajo que concluye en el peor destino a que puede arribar un ser al que se ha modificado de tal manera la de ser asumido como tal, es decir la condición de ser visto por sus congéneres como un escarabajo, es decir, la condición de ver eliminada y devorada su propia naturaleza, al grado de no tener más camino que la muerte para poder continuar presente en este mundo.
Creo que Franz Kafka, en su obra, en buena medida se refiere justamente al olvido. Gregorio Samsa no muere cuando se vuelve en escarabajo. Gregorio Samsa muere cuando es olvidado por quienes lo rodean, por quienes eliminan así su condición humana y lo condenan primero a asumirse como un estricto escarabajo, y luego lo orillan a la muerte, le exigen la muerte para poder olvidarlo.
A este hombre kafkian, la sociedad lo vuelve escarabajo, y luego la sociedad lo olvida como ser humano, y luego esa misma sociedad, le exige que muera para terminar de olvidarlo, ya no como humano, sino como escarabajo.
Es más, para recordarlo como ser humano, le exigen la muerte. Es espantoso. Es una muerte espantosa. Es un olvido abominable. Y a eso me refería yo cuando atendía líneas atrás la obra maestra del escritor alemán, su obra, en cierto sentido es un coraje contra el olvido.
Es una invitación a no olvidar.
Y me refería a ello a partir de que en la sociedad actual, tan de prisa, tan dada a la no reflexión, los creadores, los reflexionadores, son especímenes raros como el Gregorio Samsa que se convierte en escarabajo, aunque para nuestra fortuna, desde luego que los pocos hombres creadores, los pocos hombres reflexionadores sobre las condiciones de los hombres, los pocos poetas que nos sobreviven, representan justamente la antítesis de la circunstancia kafkiana, son dadores de vida, son generadores de conciencia.
Los poetas nos permiten llegar al estado de alerta.
Los poetas nos escriben las crónicas para que algún día nos acordemos.
¿Qué pensar entonces de un momento como el actual?
¿Qué decir de un feliz encuentro como éste, provocado por un hombre creador como Samuel Pérez García?
Lo único que se me ocurre es ofrecer un agradecimiento a quien ha osado sacarnos del marasmo de nuestra poco reflexiva cotidianeidad y nos ha provocado no sólo a pensar, sino a recordar, a evocar, a sentir, a palpitar y lo más importante a encontrarnos alrededor de 27 narraciones y una advertencia, seis poemas y una dedicatoria que conforman su última obra literaria, surgida y llamada así Antes del olvido.
Qué generoso éste, del poeta.
Uno no puede decir menos que gracias cuando se le provoca a pensar. Cuando se le invita a no olvidar.
Desde mi particular opinión, sólo por este sentido provocativo, nada más por esta tarea de homenaje a la memoria, la obra literaria que no ha traído a este recinto cultural, ha cumplido ya su cometido de toda obra artística: aportar elementos para que los hombres seamos mejores hombres.
Por lo que hace al sentido literario, la obra me ha parecido un catálogo notable de breves narraciones, en las que el lector puede sostener un feliz encuentro con el ejercicio epistolar, lo mismo que con el quehacer cuentístico y desde luego con la tarea periodística.
Cómo distinguir una carta de una crónica, como saber si se está ante un cuento y no ante una confesión personal que pretende convertirse en un ejemplo, con el afán de no olvidar.
Ciertamente resulta difícil el objetivo, cuando las fronteras entre las estructuras de una y otra escritura son muy fáciles de saltar y cuando el autor, de entrada, nos ha advertido que abordemos el trabajo bajo una limitante: la de evitar su entendimiento como una confesión personal.
No soy yo, dice el autor, quien está ahí.
En todo caso, se aprecia, son mis ideas.
Al respecto, difiero, aunque termino en un intento por entender al escritor.
Me queda la impresión de que este libro, Antes del olvido, es un libro sumamente personal y en ese sentido sí es a Samuel Pérez García a quien conocemos al leerlo.
Asimismo, lo he leído en una sentada y me parece que es un libro con un buen número de aciertos entre los que sobresale el hilo conductor de la vivencia transmitida, con un notable agilidad que de pronto, en algunos momentos, hace difícil distinguir dónde está la ficción y dónde está la realidad, aunque en ocasiones, también la distinción es particularmente obvia.
Debo decir también, que en mi opinión el libro tiene algunos defectos y no me refiero a la una u otra travesura que los duendes editoriales lanzaron en algunas páginas, sino al hecho de haber mezclado temas tan disímiles y escabrosos cuya ligereza de pronto los coloca ente el riesgo panfletario.
Me refiero al amor y la política.
Quien haya leído a Milan Kundera y su Insoportable levedad del ser, tal vez esté de cuerdo en que las fórmulas donde se mezclan amores carnales y desamores políticos, o viceversa, corren a menudo ese riesgo, el de acabar no siendo un acercamiento serio al amor, y al mismo tiempo, acabar no siendo un acercamiento serio a la circunstancia social.
Desde luego que el quehacer artístico es infinito y en ese sentido no se pueden marcar límites de ninguna naturaleza.
Creo sin embargo, que algunos caminos dentro de ese quehacer son particularmente difíciles y cuando se les aborda se corren riesgos.
Aquí, en el libro que nos ocupa, creo que se corrió ese riesgo y si bien en términos generales se sacó avante el intento, en algún momento el lector, al menos por lo que a mí toca, se queda con la sensación de que el camino no era por ahí.
Cuando hablé de los géneros que uno puede encontrar en esta obra, omití a propósito la inclusión del género poético.
Hay, ya lo cité en un inicio, seis poemas incluidos en la obra. Son breves todos, alguno hasta se antoja incompleto. Los versos no obstante, son claros, diáfanos, contundentes. A mí no me cabe la menor duda: Samuel Pérez García es poeta. Y además, un buen poeta. Tanto que el poeta le gana al narrador. En la poesía no se aprecia el más mínimo riesgo de absolutamente nada. Eso que uno lee ahí es poesía y ya. La buena o mala poesía dícese por ahí, no existe. Hay poesía o no hay poesía. Y aquí la hay.
Hay que decir, además, que el encuentro con la poesía, en diversos momentos opera como un final feliz de una historia amorosa y en otros momentos es una adecuado descanso para las partes de mayor espesura del trabajo en su conjunto.
A título particular, puedo decir que en mi opinión el quehacer artístico cumple distintas funciones y todas ellas son de igual importancia. Una de ellas la constituye el goce. Básicamente el goce estético. Goce que no necesariamente se tiene que dar a través de lo bello. A veces, incluso, el goce viene del divertimento. Simple y llanamente del divertimento.
Antes del olvido. Crónica para que un día nos acordemos, me parece que en este sentido, es una obra que tiene un nuevo acierto. Es una obra que se goza. Yo, al menos, la gocé y a partir de ello, creo que debo un nuevo agradecimiento al autor. Hacia un tiempo que no gozaba leyendo un buen libro. Enhorabuena.

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